Seguimos con un recorrido particular por algunos de los hoteles o proyectos hoteleros de Barcelona que sacan al trasluz la cara más oscura del turismo, aquella que se deja llevar por intereses políticos y económicos que se anteponen al del ciudadano. Peor suerte que el que iba a ser el Hotel Magdalenes, corrió el edificio que hoy es el Hotel Miramar en Montjuic, caído en el olvido hasta su venta a la cadena AC Hotels para su reconversión en hotel de lujo. El establecimiento se inauguró finalmente en 2007, con un proyecto de Oscar Tusquets, el mismo arquitecto de proyecto del Hotel del Palau, conservando solo la fachada del edificio antiguo, “una razón más romántica que otra cosa”, según él mismo. El proyecto tuvo desde el principio muchos elementos polémicos: se construyó sobre terrenos municipales calificados como “zona verde” y según algunas AAVV se realizó ocupando una parte de los jardines Forestier. Dos años después de su remodelación y puesta en marcha, el Aareal Bank lo embargó junto a otro hotel, La Florida, a causa de un impago de 70 millones de euros.
Lo peor es que el Ayuntamiento de Barcelona, copropietario del hotel, acabó vendiendo por 1 miserable euro el 10% de su participación, lo cuál deja claro que en esto del turismo no es oro todo lo que reluce. Y hablando de cosas que relucen, el flamante hotel Vela, del que ya hemos escrito en Ecotumismo, no pudo faltar en este peculiar recorrido. La Ley de Costas prohíbe construir a menos de 100 metros de la línea marítima pero, por ser terrenos propiedad de la Autoritat Portuària de Barcelona (organismo público), se han saltado esta normativa para seguir la Ley de Puertos. Según ésta otra ley, se permite la construcción a menor distancia de la costa siempre que sean infraestructuras e instalaciones portuarias. La conclusión es que en unos terrenos públicos se ha construido un supuesto “equipamiento portuario” de capital y gestión privada, para uso y disfrute de los que puedan pagar los 289 euros/noche que cuesta la habitación más “económica”.
No se trata de criminalizar la actividad turística, porque ni mucho menos hay que luchar contra lo que, a día de hoy, nos da de comer. Se trata de regularizar su actividad y minimizar sus impactos, que muchas veces afectan de facto a derechos fundamentales de los ciudadanos. Y precisamente es un derecho de todos saber la realidad sobre determinados proyectos que se venden como una cosa, pero que esconden circunstancias muy alejadas de lo permisible. Como el caso del, de momento, proyecto del Hotel Drassanes. Y es que el solar triangular formado por las calles de Portal de Santa Madrona, Perecamps y Cid, en el barrio del Raval en el centro, apareció en la prensa por el año 2008 cuando se supo que la vivienda social que se habría tenido que construir en su ámbito había desaparecido del Plan Especial de Reforma del Raval. Trasladadas las viviendas al barrio La Marina de la Zona Franca, en el área se planteó la construcción de un proyecto de promoción privada que desembocaría en un nuevo hotel, a pesar de la moratoria de licencias hoteleras que pesa por la excesiva presión turística que sufre Ciutat Vella.
La cuestión es que los dos únicos proyectos que lograron superar hace dos años esta moratoria fueron el Hotel del Palau y este Hotel Drassanes. Mientras el escándalo de corrupción de Félix Millet ha parado el primero, no se sabe muy bien que pasará con este otro, aunque para el Ayuntamiento su tramitación está suspendida. Un final diferente tuvo otra zona del mismo barrio, la hoy conocida como Rambla del Raval y sus espacios limítrofes que, entre 1984 y 1992, se rediseñó para lavar la imagen de cara a los JJOO de un barrio históricamente estigmatizado por su conflictividad social y paradigma de la Barcelona negra o subterránea. En el marco de un Plan Especial de Rehabilitación Integral (PERI) que proyectaron Carles Díaz, Xavier Sust, Luciera Clotet y Óscar Tusquets (de nuevo, el mismo arquitecto del Hotel Miramar y del Hotel del Palau) se llevaron a cabo expropiaciones masivas, escombros brutales y un nuevo diseño urbano que permitió construir esta rambla y dejar solares a punto donde antes había casas.
Estos solares han desembocado en viviendas de protección oficial de propiedad, en la sede de la UGT, una filmoteca y un hotel de lujo: el hotel Barceló Raval, que se ha vendido como símbolo de la transformación del barrio, en un intento de legitimar una operación urbanística que ha afectado a miles de personas. El hotel es, por tanto, un claro ejemplo de urbanismo salvaje al servicio de la industria turística, que ha conllevado una inversión de 35 millones de euros en un proceso especulativo por el que se han perdido muchas viviendas y muchos inmuebles que se han vendido a inmobiliarias, las cuáles han procedido a expulsar a los vecinos de toda la vida. ¿Es lícito desarrollar las potencialidades del turismo a costa de dejar a ciudadanos de la ciudad con una mano delante y otra detrás?
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