Las escuelas rurales son a día de hoy una especie en extinción en España. Lo son, en parte, debido al progresivo proceso despoblación que ha sufrido el mundo rural en este país en los últimos 50 años. En ese sentido, el que haya niños supone, para muchas pequeñas poblaciones rurales repartidas a lo largo y ancho de la geografía española, la delgada línea entre la vida y la muerte… entre la alegría y la tristeza. Si hay niños es que hay padres, cuántos más niños, más padres, es decir, adultos en edad productiva. A mayor productividad, mayor tejido social y económico, más servicios y, en definitiva, una mínima calidad de vida para todos. Por eso, la supervivencia de estas escuelas rurales ha sido siempre un asunto vital para muchas poblaciones del interior, que han tenido muy presente el dicho popular que dice que “un pueblo sin niños está condenado a desaparecer”. La decisión del ministro de Educación, José Ignacio Wert, de aumentar el número de alumnos por aula (en Primaria de 27 a 30 y en Secundaria de 30 a 36) le ha dado la puntilla a muchos de estos centros rurales que, con ratios muy bajos, han tenido que fusionarse o directamente cerrar.
Una escuela cierra el círculo vital y de servicios básicos para un pueblo o una determinada comarca rural. Lo contrario supone en muchos casos el ostracismo y eso lo saben bien en Teruel, Soria, Palencia, Lugo, Ourense o Zamora, algunas de las provincias más envejecidas de España. Sus municipios, de media, han perdido entre el 6 y el 8% de su población en los últimos 13 años, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). El proceso de despoblación se hace cada vez más que palpable. Si hace 10 años había 91.800 alumnos en escuelas rurales en toda España, en el curso 2009-2010 ya sólo eran 54.000, según los datos de Consejo Escolar del Estado. En este curso 2012-2013, con el cierre de numerosas escuelas rurales, la tendencia se acrecentará. Sólo en Castilla La Mancha cerrarán 71 centros y con ellas, muchos pueblos verán el horizonte todavía más negro. La tendencia se acrecienta: de los 8.116 pueblos que existen en España, 3.795 no llegan al medio millar de habitantes. En este contexto, el caso de Galicia es otro de los más llamativos. De los 30.769 núcleos poblacionales con los que cuenta, un tercio no suman siquiera diez habitantes y uno de cada veinte, ya abandonados, solo guarda en el recuerdo la presencia del último vecino.
Por eso, precisamente, quisiera destacar el esfuerzo hecho por un municipio gallego, de Ourense para ser más exactos. Vilariño de Conso, con 600 habitantes, vio como la reforma educativa de la Xunta (bajo las líneas maestras del Ministerio de Educación), que obliga al reagrupamiento en una sola aula de niños entre 3 y 12 años atendidos por un solo docente, les condenaba a muerte. Con sólo 14 alumnos, el colegio del pueblo estaba condenado y con él llegaría la sentencia del municipio. Sin embargo, el curso escolar arranca esta semana en Vilariño de Conso con su flamante colegio, no sólo abierto sino lleno con 33 alumnos, más de 20 de ellos de familias llegadas de Madrid, Barcelona, Alicante o Teruel. La convocatoria de los vecinos ofreciendo una vida tranquila, en contacto con la naturaleza, con viviendas a precios muy bajos e incluso trabajo en el campo ha tenido éxito. La activa resistencia vecinal ha garantizado la supervivencia del colegio, del profesorado y del propio pueblo en un ejemplo más de superación humana. La cuestión es preguntarse… ¿cuántos pueblos puede haber en España dispuestos a hacer el mismo esfuerzo? ¿Con la capacidad vital y productiva de acoger a nuevas familias? Y sobre todo, con el paro en cifras astronómicas, ¿cuántas familias no hay dispuestas a mejorar sus condiciones y su calidad de vida en pueblos como Vilariño de Conso?
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Nosotros vivimos en un pueblo del norte de Navarra y nuestros hijos van a una escuela rural de otro pueblo, donde en total están 20 alumnos (10 en el aula de infantil y 10 en primaria) y hay otros centros cercanos con un número parecido de peques y no ha habido problemas este año por el ratio de alumnos, igual en otras comunidades sí, pero aquí de momento, nos dejan tranquilos. Las concentraciones escolares no son la solucion, demasiadas horas fuera de casa, viajes en autobus todos los días por carreteras peigrosas…y aquí además se suma el problema añadido de los gastos de mantenimiento y calefaccion de esos macro edifcios, gastos que educacion no cubre en su totalidad y los ayuntamientos arruinados no pueden asumir. Los pequeños pueblos, junto con los padres y madres comprometidos, tendremos en un futuro no muy lejano, que asumir la tarea de proporcionar una educacion académica adaptada con soluciones imaginativas y más sostenibles. Está claro que en los pueblos tenemos más dificultades pero también podemos tener más calidad educativa y de vida para nuestros hijos e hijas. Trabajándonoslo, claro.