Más de 700 kilómetros después, el jueves llegamos a Kedougou, una de las principales poblaciones del Senegal oriental. Quizás, la zona más desconocida del país y una de las regiones menos transitadas por los turistas que visitan el país. Por lo menos, las guías turísticas hacen más caso a zonas como la Grand Côte y Petite Côte, en torno a Dakar, y a la Casamance, en el sur del país, por debajo de Gambia. El trayecto desde la capital hubiese sido mucho menos corto, sino hubiésemos cometido un fatal error estratégico. Salimos bien temprano de madrugada en sept place, unos transportes públicos de siete plazas, y recorrimos más de 400 kilómetros hasta Tambacounda. Sin sobresaltos llegamos a la una del mediodía y, en lugar de hacer transbordo y coger otro sept place hasta Kedougou, optamos por el autobús. La cuestión es que esto es África y aquí ningún transporte sale hasta que no está completo… ¡lo que se dice Slow Life en estado puro! Así que la espera se prolongó hasta las seis de la tarde y claro… la llegada a Kedougou se retrasó hasta las diez de la noche.
La pena es que casi todo el trayecto lo hicimos de noche y no pudimos apreciar bien el paisaje. Y es que la mayor parte del recorrido entre Tambacounda y Kedougou transcurre por Niokolo Koba, el único parque nacional de Senegal y lugar donde habitan una gran cantidad de animales salvajes. Pero, todo sea dicho, fue llegar a Kedougou y salirnos la sonrisa gracias a los chicos de Chez Diao, el campamento donde nos estamos quedando. Su objetivo es que estés como en casa y podemos asegurar que lo hemos sentido así desde el primer minuto, a lo que también hay que añadir que Kedougou en sí es un sitio bastante tranquilo y que realmente inspira muy buen rollo. Veníamos acostumbrados estos días a la locura organizada de Dakar, la gran ciudad, y el cambio ha sido en ese sentido bastante grande. Esta es una zona rural y eso se nota en el carácter de la gente, aún más amigable y bonachona.
Aquí, entre Kedougou, Dindefello y los pueblos limítrofes, transcurrirá la mayor parte de nuestra estancia en Senegal. Nuestro objetivo para las próximas semanas es ir conociendo todos los rincones de esta parte del país y a las gentes que habitan en ellos. Por aquí se distinguen tres etnias: los peul, mayoritarios y de religión musulmana, los bedik, los más minoritarios y de religión animista o cristiana en algunos casos, y los bassari, los que están más lejanos de Kedougou y de creencias animistas también.
No hemos querido esperar mucho y ayer aprovechamos ya para hacer una primera visita, ya que había un taxi bus que salía en dirección al poblado de Ibel. Nos montamos y allí subimos con Daniel, uno de los chicos que trabajan en Chez Diao y guía local. Él es peul y originario de Ibel, mantiene su casa allí además de la que tiene en Kedougou, donde trabaja como guía desde hace dos años. En su pueblo estuvimos de paso, ya que nuestro objetivo era subir la gran montaña para llegar a Iwol, uno de los lugares donde habita la etnia bedik, una de las más antiguas del África occidental. Sin duda que la experiencia fue única e irrepetible.
La subida fue dura, la verdad, y es que el desnivel no es poca cosa. En cuestión de 20 ó 30 minutos subimos más de 400 metros de altura, con las mochilas y el agua a cuestas, pero el esfuerzo mereció la pena. Los bedik viven de la agricultura, tal y como lo llevan haciendo desde hace siglos, en unas condiciones de vida complicadas debido al aislamiento geográfico y a la escasez de agua. Son en su mayoría animistas, aunque una pequeña iglesia en medio del poblado deja constancia de que la fe cristiana también llegó hasta allí, por difícil que pueda parecer. La etnia bedik lucha desde hace mucho tiempo por mantener sus creencias y costumbres intactas al paso del tiempo y a la interacción del hombre.
La cuestión es que cada vez con más frecuencia llegan turistas a este lugar, interesados precisamente por conocer este modo de vida tan diferente al que estamos acostumbrados a ver. Pero, de la misma manera, ese contacto continuo con gente venida del «exterior» corre riesgo de cambiarles ciertas percepciones y formas de ver las cosas. Por eso, practicar aquí un turismo responsable no es una opción, sino mucho más que una obligación. La única pena es que no pudimos conocer a Jean Baptiste, el jefe del poblado, ya que se encuentra de viaje por Dakar, pero probablemente volvamos e incluso nos quedemos a dormir en alguna de las cabañas que tiene habilitadas para los turistas junto a su casa. Pese a tener que subir otra vez la cuesta de 400 metros, la vivencia seguro que nos dejará huella.
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