La siguiente parada fue en Oussouye, una población a unos 40 kilómetros de Ziguinchor, en donde conocimos un proyecto muy emotivo. El de una Cooperativa de Mujeres que, desde hace unos 20 años, han montado un negocio de venta de zumos naturales y mermeladas que, de verdad, merece la pena conocer. Probar las mermeladas de bissap y mango es casi de obligado cumplimiento. Allí, en Oussouye, alquilamos unas bicis y nos hicimos un recorrido por varios pueblos limítrofes de los alrededores, antes de continuar la marcha hacia Elinkine. Desde esta ciudad costera, muy cerca de la desembocadura del río Casamance, cogimos una piragua y llegamos hasta Catchuane, una de las joyas y de las mejores paradas de nuestro periplo. Allí conocimos Chez Papis, un acogedor campamento con embarcadero propio al lado de esta pequeña población, que sin duda es un paraje en donde merece la pena reparar. Las habitaciones son preciosas, la gente inspira muy buen rollo, los atardeceres espectaculares y la comida deliciosa… ¡estábamos como en casa!
Tan bien nos hicieron sentir, que allí nos quedamos dos días. Aprovechamos para conocer como se recolecta el vino de palma y también acompañamos a las mujeres del pueblo mientras hacían la recogida del arroz. Precisamente, en compañía de las mujeres de Catchuane, vivimos una experiencia inolvidable, ya que fuimos invitados a una fiesta por la noche, para celebrar precisamente que estamos en la época de la recolección de este alimento tan preciado por los senegaleses. Allí pudimos comprobar lo bravas que son las mujeres que, después de estar todo el día al sol trabajando incansablemente, tuvieron fuerza suficiente para cantar y bailar infatigablemente al son de los típicos djembé. Algunas bailaban con los niños pequeños pegados a la espalda, sin descuidar sus obligaciones como madre. Desde luego, unas auténticas todoterreno que nos animaron a participar en la fiesta… ¡como para negarse!
La ruta continuó a pie hasta Diembéreng, con siete kilómetros sobre suelo arenoso con las mochilas a cuestas. El esfuerzo mereció la pena y es que esta tranquila población ha sido la primera que nos ha ofrecido a nuestros pies el deseado premio: el océano Atlántico nos esperaba tranquilo e impasible y una espectacular playa hizo el resto para hacernos sentir con creces que el objetivo estaba cumplido. Allí, entre Diembéreng, Bouyouye y el paradisíaco campamento Oudja, en medio de la nada y justo delante de la playa, transcurrieron nuestros últimos días de estancia en la Casamance. Comparar la costa española, plagada de construcciones por todos lados, con estos parajes desiertos y casi vírgenes sería realmente de locos. Por eso, sólo nos queda desear que la naturaleza se mantenga aquí así, tal cuál nos la dieron, y que la enfermedad de la ambición no inunde estas latitudes. En cuanto a nuestra estancia en Senegal, lo que vino después no merece la pena ser reseñado. ¿Para que hablar de un regreso cuando tienes claro que esto no es un adiós sino un hasta pronto? Sólo espero que sea más rápido que tarde y podamos volver a Senegal lo antes posible.
Estoy de acuerdo con Javier, Cachouane es una de las perlas de Casamance, nosotros la llamamos nuestro pequeño paraiso. Hace años tuvimos la suerte de recalar allí por recomendación de un amigo Diola de Mlomp y desde entonces volvemos todos los años y el invierno pasado, el consejo de ancianos nos bautizo con ritual incluido. Allí mi mujer y yo nos llamamos Diand Diang y Bagamba Sagna. Recomiendo una estancia en Cachouane y por supuesto en toda Casamance