Bruselas es una ciudad de mucha fachada, pero sobre todo de mucho contenido. La frase puede resultar una adivinanza de difícil respuesta, pero tiene su explicación. Cómo todo el mundo sabrá, Bruselas es la capital de la Unión Europea y la designación ha supuesto un lavado de cara tremendo en el llamado barrio europeo, en donde edificios modernos y vanguardistas han suplantado el estilo tradicional. Lo que no todo el mundo sabe es la historia que hay detrás de dicha transformación… Lo del contenido viene porque, más allá del formalismo que supone la capitalidad europea, Bruselas esconde una diversidad étnica, social y cultural de difícil comparación en ningún otro rincón de Europa. Eso es algo que comprendes desde el primer minuto que pisas la ciudad y echas un ojo a tu alrededor. Se podría pensar que esta multiculturalidad podría ser el laboratorio de Europa y, por ende, el lugar perfecto para posicionar su capital. Otra cosa es la realidad, ya que el barrio europeo parece un ghetto hecho a la medida de 50.000 personas encorbatadas, los eurócratas, que apenas se mezclan con la población local y que en nada ayudan a fortalecer la mezcla social en esta parte de la ciudad.
Dicen que por permanecer neutral en la mayoría de conflictos bélicos internacionales a lo largo de la historia o por su privilegiada situación en el centro de Europa, la cuestión es que el sino de Bruselas cambió el día que fue nombrada capital de la Unión Europea. En el barrio de las instituciones europeas, el inglés universal ha sustituido al flamenco y al francés, cada tienda o cada bar destila un ambiente internacional que difícilmente encuentra cabida en el complicado espectro social de la ciudad. Los bruselenses califican al barrio de zona administrativa sin alma, de gheto para ejecutivos o, incluso, de apartheid económico-social. No en vano, la construcción de todos esos edificios que dudoso gusto y que en nada ejemplifican la realidad y diversidad europea conllevaron, como no podía ser de otra manera, una especulación urbanística que sacó de sus hogares a muchos habitantes de la ciudad. La sentencia del escritor belga Thierru Demey resulta sintomática: “el barrio europeo de Bruselas es, en última instancia, el reflejo de la construcción europea, errático e imprevisible”.
A pesar de que Bruselas es, sin duda, la ciudad que más se nombra en los medios de comunicación de toda Europa, poco se conoce de su verdadera realidad. El 46% de sus habitantes es de origen extranjero, lo que supone que casi uno de cada dos habitantes no es local. Esto da una idea de la mezcla de culturas que se puede apreciar aquí, a lo que hay que añadir el peso que tiene en la realidad nacional belga. Situada en zona flamenca, el 80% de sus habitantes son francófonos, lo que la convierte en una pieza de puzzle difícil de encajar. El nacionalismo flamenco quiere la independencia de los balones del sur, pero con Bruselas en el bolsillo, algo a día de hoy bastante complicado. No en vano, la ciudad genera el 20% del PIB nacional, a pesar de que el índice de desempleo se encuentra también rondando el 20%, lo cuál vuelve a enfrentarnos en una paradoja de difícil solución. La cuestión es que, se mire como se mire, para los habitantes de Bruselas que nada tienen que ver con la presencia de las instituciones, hay problemas mucho más importantes y la capitalidad europea ni les va ni les viene.
Siempre había tenido curiosidad por conocer la capital de esa Europa unida y lo cierto es que me ha defraudado la forma en que la ciudad ha dado cabida a las instituciones. La misma Europa fundada sobre unos valores de respeto, integración e igualdad parece que no ha hecho los deberes bien a la hora de buscar una sede institucional. Se supone que las sociedades de los Estados miembros se caracterizan por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia o la igualdad, pero la cuestión es que, en su capital, los eurócratas parecen ir por un camino diferente al resto de la ciudadanía. La integración real, tanto arquitectónica como social, parece brillar por su ausencia. Bruselas es una capital con mucho contenido, aunque desde luego es algo que no se ha sabido reflejar en la fachada de la Europa que nos representa a todos.
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