Una vez más, la Cumbre Mundial de Cambio Climático organizada por las Naciones Unidas refleja una realidad clara: las posiciones de los países desarrollados y grandes contaminantes frente a los desarrollados y en desarrollo, que si están dispuestos a asumir el compromiso de reducir los gases que producen el efecto invernadero, están abiertamente enfrentadas. Estados Unidos, el segundo país más contaminante del mundo y el único que no ratificó el Protocolo de Kyoto para obligarse jurídicamente a reducir la emisión de gases tóxicos llegó a la cumbre con una negativa inicial a firmar un acuerdo legalmente vinculante hasta después de 2020. Otro de los actores que ya ha puesto en duda la posibilidad de un acuerdo ha sido Canadá, cuyo representante no ha dudado en afirmar que la firma del Protocolo de Kyoto fue uno de los mayores errores que se han hecho en materia de reducción de emisiones. Por su parte, los representantes de la Unión Europea (UE) pretenden hacer ver que el mundo necesita un plan mucho más ambicioso para cortar las emisiones de gases de efecto invernadero que vaya más allá del Protocolo de Kyoto. Por ello hicieron un llamamiento a las partes para alcanzar un acuerdo global en 2015 que sea implantado en 2020. ¿Es esto realista? Visto lo sucedido en las reuniones precedentes de Copenhague y Cancún es bastante improbable.
¿Para que sirven este tipo de cumbres diseñadas más de cara a la galería que a otra cosa? El tiempo corre en contra del Protocolo de Kioto, que establece legalmente límites a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a las mayores economías y que está diseñado para reducir las emisiones para evitar el calentamiento global, que aumenta los episodios de tiempo extremo. Pero la cuestión es que Kyoto solo, por si mismo, no puede salvar el planeta. Los principales países industrializados, con la sartén por el mango, están huyendo del Protocolo de Kyoto. En este sentido, la intención de la UE es firmar un segundo periodo del compromiso del Protocolo de Kioto pero otros firmantes, incluidos Rusia, Japón y Canadá no están dispuestos. La UE indicó que cualquier acuerdo sería al menos un sinsentido hasta que la mayor parte de los emisores lo firmen. Sin nombrarlos, incluyó a China y a Estados Unidos como los mayores responsables.
El peligro radica en que en el acuerdo firmado en Kioto, en 1997, establecía límites aproximadamente a una cuarta parte de los emisores de carbono del mundo, pero esto podría caer hasta el 15 por ciento del planeta si solo la UE y otro grupo de países firman una segunda ronda de objetivos para después de 2012. En resumen, ¿cómo pretender que gigantes económicos como China, Estados Unidos o Canadá den su brazo a torcer y cambien su modelo productivo de la noche a la mañana? Siete u ocho años en términos macroeconómicos son poco más o menos que un par de meses en nuestro día a día normal y las voces críticas con las teorías del calentamiento global y del cambio climático no hacen sino ralentizar cualquier tipo de decisión. Mientras tanto, la mayoría de países en vías de desarrollo asisten perplejos a las partidas de ajedrez de las grandes potencias y lugares como las islas Malvinas o la República de Kiribati, un archipiélago cercano a Australia, claman por un acuerdo que les de una esperanza de supervivencia.
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