La semana pasada estuve en la mesa redonda “La cara oculta del turismo. Impactos socio-ambientales y construcción de alternativas desde el Sur”, organizada por el Foro de Turismo Responsable en la Casa Encendida de Madrid. El debate, enriquecido por el buen nivel de todos los participantes en la mesa, pronto centró mi atención sobre Rodrigo Fernández Miranda, autor del libro ‘Viajar perdiendo el sur’, una crítica al turismo de masas de la globalización y de quién ya tenía buenas referencias. La ponencia de Rodrigo incidió en muchas cuestiones implícitas a la industria turística y que no siempre son visibles para la mayoría de viajeros, empezando por el hecho de que el acto de viajar se ha democratizado de tal manera que ha pasado de ser un bien de lujo al alcance de las clases más pudientes a ser más que accesible a las clases medias. Unas clases medias que, precisamente con su entrada en el mercado de los viajes, son las que han propiciado el turismo de masas tal y como lo concebimos hoy en día y con una evolución extremadamente rápida. De los 20 millones de desplazamientos que se contabilizaron en 1950 hemos pasado a los 980 que se alcanzaron el año pasado, a las puertas de superar la histórica cifra de 1.000 millones durante este 2012.
Esta imparable evolución ha conllevado muchas consecuencias. A pesar de que la industria turística no contamina como pueden hacerlo el resto de industrias convencionales con chimeneas y humo, si que conlleva otros impactos soterrados enmascarados en la creencia generalizada de que el turismo, de cualquiera de la maneras en las que se desarrolle, puede ser un instrumento de mejora socioeconómica, de intercambio cultural y en definitiva de activación de la economía y las infraestructuras de los países receptores. La realidad indica que llega a convertirse en un punta de lanza al servicio de la globalización mal repartida, en la que los países ricos someten generalmente a los más pobres a través de sus propias reglas de mercado. Unas reglas que van ligadas a la internacionalización de muchas de las grandes multinacionales turísticas que, buscando nuevos segmentos, nuevos nichos de mercado y destinos menos maduros, acaban ‘colonizando’ estos países convirtiéndoles en caldo de cultivo de inversiones y pensando en todo menos en el bienestar y desarrollo de la población local.
Ya lo he comentado varias veces aquí, pero conviene seguir repitiéndolo una y otra vez. Se estima que entre el 80 y el 90% de los beneficios que se generan con los modelos turísticos convencionales en países del Sur son repatriados a los países de origen de la inversión. Los pocos beneficios que se quedan en el país de acogida se destinan a construir infraestructuras que satisfagan las necesidades de los turistas. El trabajo ligado a esta actividad suele ser de baja calidad y requiere de un consumo desmesurado de recursos como el agua, la energía o la tierra, así como una multiplicación de la generación de residuos. El efecto llamada que supone este supuesto ‘progreso’ hace que muchos campesinos abandonen trabajos tradicionales y, por lo tanto, se ponga en jaque la soberanía alimentaria de la comunidad local. Este proceso incide en que la economía local acabe siendo mucho más frágil y dependiente respecto a la global de lo que era antes de la llegada del turismo.
Este modelo de turismo, en lugar de convertirse en una fórmula de mejora socioeconómica, acaba construyendo relaciones verticales y desiguales. Rodrigo Fernández y las tesis generales del Foro de Turismo Responsable abogan por el decrecimiento, no ya como solución sino como una necesidad. Una reducción abrupta del turismo de masas mayoritario por otro de cercanía, lento y acorde a los recursos que ofrecen los destinos y el planeta. Esta es una necesidad que, nos guste o no, es así. Quién más quién menos nos hemos acostumbrado a viajar a todas partes con billetes de avión baratos e, incluso, a cruzar el charco y visitar destinos lejanos con una facilidad que hace tan sólo unas décadas hubiese dejado pasmados a nuestros bisabuelos. Existen otros modelos y otras fórmulas que ya están funcionando y que en mi caso he podido cotejar frente a modelos más tradicionales en las experiencias que he tenido en países del Sur. Modelos que implican a la población local, que abogan por una integración del turista en los modos de vida y costumbres del lugar que visita, pero que a su vez me plantea una reflexión.
Aún con un modelo turístico responsable y sostenible de por medio, estos proyectos van a seguir necesitando la llegada de visitantes y, nos guste o no, la mayor parte de los potenciales viajeros con poder adquisitivo suficiente siguen estando en países del Norte. Necesitarán coger un avión y, por tanto, se trata de promover estancias lo más largas posibles, que de alguna manera reduzcan la cantidad por la calidad y conviertan al turismo en una forma de diversificar ingresos para las comunidades locales, manteniendo actividades tradicionales y el control sobre sus economías. En cualquier caso, resulta curioso comprobar en la actualidad como la crisis económica está abriendo la puerta a proyectos a punto de ser aprobados en nuestro país como EuroVegas o el hotel de Es Trenc en Mallorca, que parecen repetir los mismos patrones que se han dado con la internacionalización de multinacionales turísticas hacia el Sur. En este caso, las inversiones para proyectos megalómanos llegan a España con las mismas condiciones y condicionantes que harán bueno el dicho de ‘pan para hoy y hambre para mañana’. Sólo nos queda quejarnos y poner el grito en el cielo.
Muy bueno el Artículo y evidentemente que las ganancias percibidas en países del sur son repatriadas al país de origen porque las inversiones que se hacen son extranjeras que traen sus grandes franquicias en hotelería y comercios. Es necesario que sea la comunidad quien maneje los ingresos percibidos por el turismo, que el gobierno de incentivos de inversión al ente local para que pueda tener acceso al ingreso percibido por el turismo, o en el mejor de los casos crear una ley que obligue a los consorcios mantener como socios a parte de la comunidad organizada.