Señores y señoras dirigentes del mundo, entramos en la semana clave y decisiva de la cumbre de Copenhague. Los habitantes del planeta asistimos incrédulos a un tira y afloja sobre quién debe reducir más o menos, sobre quien debe ayudar a los países desfavorecidos más o menos, como si esto se tratase de una negociación más, como si encima de la mesa estuviese otro reparto sin más del poder geopolítico mundial entre los mismos cuatro de siempre. Desgraciadamente, no es así: los políticos que estáis en Copenhague tenéis el poder de definir como nos juzgará la historia, como una generación que vio un reto y le hizo frente, o una tan estúpida que vio el desastre pero no hizo nada para evitarlo.
Tras una semana de negociaciones, contemplamos atónitos como el tiempo pasa sumido en absurdas disputas, como unos se echan las culpas a los otros. El desenlace se vislumbra sin la capacidad necesaria para firmar un tratado único, un tratado que englobe por igual a países ricos y países pobres, con acuerdos vinculantes, reducciones de CO2 significativas y ayudas al desarrollo suficientes para acabar con las desigualdades dantescas en las que vivimos en nuestro planeta hoy en día. ¿Sabían que sólo los equipos de gobierno, asesores y representantes empresariales desplazados a Copenhague emitirán más CO2 que una ciudad entera del tamaño de Cádiz? Basta ya de hipocresías.
Llevamos siete días de luchas de poder, a ver quién da más. EEUU se niega a reducir sus emisiones hasta un mínimo exigible. China va de mosquita muerta quejándose de un trato desigual con respecto a las potencias mundiales, cuando su nivel actual de emisiones, ya siendo alto, es un chiste con lo que puede ser en unos años si sigue creciendo a este ritmo. La UE alardea a los cuatro vientos que serán los que más ayuden a los países pobres. Y mientras, a los países más desfavorecidos nadie les hace ni puñetero caso cuando, nosotros en los países ricos, hemos vivido a su costa durante años, presumiendo de sociedad del bienestar. La contradicción es aún mayor, dado que son los que más están sufriendo los efectos del cambio climático, también por nuestra culpa.
¿Un ejemplo? Malí es uno de los diez países más pobres del mundo, si se mide en dinero. Sin embargo el país tiene grandes recursos como el oro y el algodón (del que es uno de los principales productores del continente africano). Aún así, la herencia colonial y las imposiciones de la Organización Mundial de Comercio, el FMI y el Banco Mundial, puntas de lanza del sistema capitalista, han sumido a su población en la miseria…
El equilibrio se ha roto. Ya está bien de falsas promesas y de mirar hacia otro lado. Se nos acaba el tiempo y negar la evidencia puede conllevar graves consecuencias a corto plazo. Algunos estudios afirman ya que la capa de hielo del Ártico podría desaparecer estacionalmente en 2020, al menos treinta años antes de lo previsto hasta hace poco. Los mares que rodean a la Antártida están perdiendo su capacidad de absorber dióxido de carbono, lo que significa un grave aumento de gases contaminantes en la atmósfera, según un estudio divulgado por la revista ‘Science’. Son sólo dos ejemplos dentro de una gran maraña de señales que el planeta nos está lanzando desde hace tiempo y que no se pueden pasar más por alto.
El petróleo no puede ser seguir siendo el elemento central de poder a nivel mundial. No puede ser que sigamos dependiendo de un elemento fósil que, le pese a quién le pese, es limitado. Un tesoro acumulado en la Tierra durante cientos de millones de años y que nos estamos encargando de fulminarlo en medio siglo. El equilibrio se ha roto. No puede ser que donde antes había desierto estéril ahora haya macrociudades como Las Vegas (EEUU) o el emirato de Dubai. Hemos dinamitado el ciclo normal de la naturaleza y todo tiene su consecuencia.
Y eso por no hablar de las empresas que se aprovechan de las nuevas sensibilidades emergentes y ganar así una nueva cuota de mercado. Habrá de todo, pero hay muchas compañías que se vende como ecológicas y que enarbolan el uso de energías renovables. Empresas que se venden como verdes, sin serlo, aprovechando el tirón del momento. Es el llamado Green Wash o lavado verde, una práctica sin escrúpulos cada vez más extendida y que debe ser perseguida y desenmascarada.
¿Un ejemplo? Los mal llamados biocombustibles. Sus promotores, principalmente Estados Unidos y la Unión Europea, afirman que sería una respuesta ambientalmente amigable frente al cambio climático producido por los combustibles derivados del petróleo, pero la realidad es que esta nueva ola de monocultivos industriales no mitigará ninguno de los problemas existentes y creará nuevos.
Según afirma Silvia Ribeiro, investigadora del grupo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración), en su artículo Agrocombustibles versus soberanía alimentaria, “se necesitan enormes extensiones de tierra cultivable para producirlos. Con la cantidad de cereales que se necesitan para llenar el tanque de una camioneta se puede alimentar una persona un año entero. Además, la mayor parte de la energía producida, se consume en el cultivo y el procesado (en petróleo, agrotóxicos, riego, maquinaria, transporte y refinamiento). Según las condiciones y el cultivo, puede incluso dar saldo negativo. Si se incluyen en la ecuación la destrucción de ecosistemas como bosques y sabanas, o el hecho de que las refinerías de etanol y las plantas de procesamiento de celulosa son una fuente de contaminación del ambiente y la salud de los habitantes cercanos, el saldo definitivamente es negativo”.
Lo peor de todo es que “las industrias y gobiernos del Norte necesitan que la producción sea en los países del Sur, en parte porque no disponen de tierra o no quieren usarla para esto, y porque asumen que en esos países los problemas ambientales son obviados por gobiernos ávidos de «inversión» extranjera y de promover la agricultura intensiva de exportación, en desmedro de sistemas locales integrales que constituyan su propia soberanía alimentaria”. De nuevo, las instituciones financieras internacionales (Banco Mundial, Banco Interamericano), los “salvadores del mundo”, ya anuncian que «apoyarán» esta conversión, metiendo en la trampa a pequeños y medianos productores y aumentando las deudas externas de los países. Las grandes distribuidoras de cereales como Cargill, ADM y Bunge, y productores de semillas transgénicas como Syngenta, DuPont, Monsanto, Bayer o Dow ya se están frotando las manos.
Señores políticos del mundo, se acabaron las vacilaciones. Se acabó el contemplar el mundo como un tablero de juego en el que unos viven a costa de los otros y en donde los recursos son ilimitados. Tienen una semana para cambiar el rumbo de las cosas. Es vuestra responsabilidad.