Después de un largo tiempo consumiendo productos ecológicos y después de sondear la opinión de muchos productores ecológicos certificados, he confirmado la incompleta función de los sellos de certificación ecológica como aval para los productos y productores que realmente gestionan un proyecto sostenible. La sostenibilidad abarca varios conceptos: uno es el social, otro el ambiental y otro el económico. Respecto al económico debemos decir que, si queremos que la producción ecológica tenga difusión y alcance una dimensión que facilite su viabilidad y su acceso a la ciudadanía, debe apostar claramente por la calidad. Como consumidor de productos ecológicos me he encontrado numerosos productos certificados que no estaban, ni por asomo, al nivel exigido para un producto de calidad. Básicamente por sus cualidades organolépticas y, en algunas ocasiones, por otros factores como su madurez o estacionalidad, que influyen de manera fundamental en su calidad. Respecto al ámbito social, numerosos proyectos empresariales ligados a la tierra, a la tradición y al aprovechamiento de los recursos autóctonos, que cultivan y producen siguiendo los ritmos naturales y que, sobretodo, consiguen dinamizar zonas rurales deprimidas y fijar población en zonas deshabitadas, no cuentan con certificación. En el mejor de los casos, la han adoptado como único medio existente para avalar su filosofía.
Por último, la cuestión ambiental va más allá de un cultivo o alimentación sin químicos de síntesis o antibióticos. Se trata de tener en cuenta otros factores como huella de carbono, ciclo de vida e impacto ambiental. Productos elaborados muy lejos del punto de consumo pueden tener sentido en países cuya climatología no permita el cultivo de determinados productos, pero no tienen ningún sentido en nuestro país. Por desgracia, los mecanismos que hacen que la confianza entre productor y consumidor sea el aval más importante, escasean. Hay pocos mercados directos y, por temas de logística y distribución, es muy difícil el contacto necesario para fomentar esta confianza. Quizá los grupos de consumo y la certificación colaborativa sean vías a explorar, aunque su implantación y difusión es escasa entre el consumidor. No olvidemos que los ritmos de vida a los que estamos «sometidos» nos dejan escaso tiempo libre para acercarnos a esos productores y conocer realmente sus proyectos.
La pregunta sería: ¿la certificación de un producto ecológico avala su calidad y su sostenibilidad en el más amplio sentido? ¿Es posible mediante una inspección de una/s jornada/s, en base al cumplimiento de un reglamento más o menos genérico, valorar y asegurar el carácter ecológico de un producto y su elaborador? En mi opinión claramente es insuficiente, como dice un productor conocido: «en agricultura ecológica certificada, ni están todos los que son, ni son todos los que están». La reciente feria de Biocultura es un buen ejemplo para confrontar esta opinión. Según crece la venta de productos ecológicos crecen el número de empresas que se suben al carro al reclamo de un sector que desafía la crisis.
Pedro García Mendoza dirige el proyecto Es De Raíz, desde donde ofrece productos de alimentación sostenibles, productos de calidad, saludables, producidos en condiciones ambientales respetuosas, por artesanos y pequeñas empresas comprometidas socialmente. Visita www.esderaiz.com/tienda Puedes visitarlos en su tienda física en el Mercado de Santa María de la Cabeza (Paseo Santa maría de la cabeza 41, Madrid).
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