La soberanía alimentaria, un concepto que en las últimas dos décadas ha adquirido una notable relevancia a nivel mundial, incide en la facultad de cada pueblo para definir sus propias políticas agrarias y alimentarias, de acuerdo a objetivos de desarrollo sostenible y seguridad alimentaria. La soberanía alimentaria es, por tanto, aplicar la lógica y el sentido común en el mercado alimentario, evitando por ejemplo que haya cientos y miles de productos que han tenido que recorrer medio planeta compitiendo con precios más económicos con los locales en el mercado doméstico de un país. La soberanía alimentaria radica en evitar contradicciones de difícil explicación y en ponerle el valor justo y equitativo a los alimentos, evitando flagrantes casos en los que determinados productos se venden por debajo de su coste mínimo de producción, propiciando fluctuaciones irreales de la demanda y abocando al ostracismo a muchos pequeños productores. La soberanía alimentaria es, en definitiva, un concepto que lucha por evitar que el mercado alimentario, lejos de cumplir con una función elemental y equilibrada en cuanto a producción y consumo de recursos, sea un negocio mercantilista al servicio de intereses encubiertos.
Con las cifras en la mano, hay realidades que demuestran que esta es una lucha que no se ciñe única y exclusivamente a comunidades rurales, campesinas o a poblaciones de países “subdesarrollados”. A pesar de que se estima que más de 860 millones de personas en el mundo sufren malnutrición según el estudio Waste Not, Want Not (Global Food), de los cuatro millones de toneladas de alimentos que se producen cada año en el planeta, entre 1,2 y 2 millones de toneladas acaban en la basura. Tal cuál. Esta es una lacra que afecta a todos los países por igual, tanto en los procesos de producción, como de distribución o consumo, dependiendo de la realidad de cada región. Por ejemplo, las pérdidas de arroz en China son del 37% de la producción y en Vietnam hasta del 80%. En el Reino Unido, hasta el 30% de los cultivos de legumbres nunca se recolectan y en España cada uno de nosotros acaba tirando 163 kilogramos de media de comida al año a la basura. En todo el mundo, 550 millones de metros cúbicos de agua se pierden por regar cultivos que nunca llegarán a los consumidores… y no hace falta incidir en lo preciado que puede llegar a ser a corto plazo un recurso como el agua.
Esta semana se ha presentado la publicación ‘Apovechemos la comida. Una Guía para la reducción del desaprovechamiento alimentario en el sector de la hostelería, la restauración y el catering. Un trabajo llevado a cabo por la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) y la Fundació Alicia que demuestra que este problema, el de los desperdicios de alimentos, está causado por toda la cadena de producción y distribución. De hecho, según el mismo estudio se estima que un establecimiento de cualquiera de estos tres sectores tira a la basura entre un 4% y un 10% de los alimentos adquiridos, pudiendo llegar a perder más de 9€ por kilo de comida desperdiciado. Algo que demuestra que, para mayor colmo, hay una pésima gestión económica detrás del mercado alimentario y que la optimización de los recursos es algo que, de momento, suena más a utopía que a otra cosa.
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