Nuestro viaje sostenible a Alemania empezó en Friburgo, puerta de la Selva Negra. Antigua y moderna, rural y urbanita, al alejarme en tren río abajo seguía impresionado. La capital ecológica alemana es una maqueta viva, humanizada, y peatonal. Nada define mejor Friburgo de Brisgovia que los diminutos arroyos o Bächle que bajan de la Selva Negra y corren por sus calles refrescando el oído. Como recordando a los friburgueses su origen montaraz y el de su energía verde. Erasmo de Rotterdam maldecía hace 500 años su falta de higiene, pero hoy su agua cristalina alivia los tobillos, que se descalzan libres de tráfico. Los coches tienen vedada su entrada en el centro desde 1973, insonorizado del resto del mundo. El silencio, los pájaros y el rumor de los Bächle no han sido turbados en siglos más que por las campanas de la catedral, el timbre de las bicicletas o el traqueteo de los tranvías. Son los sonidos de Friburgo. Sus más de 200 mil habitantes han declarado la guerra al ruido y la contaminación, y ya proyectan reducir a 30 km/h la velocidad en el resto de la ciudad o esconder el trafico bajo un túnel suburbano.
La textura de Friburgo son suelos empedrados, frondosa vegetación y tejados de pizarra, callejuelas alumbradas por faroles, tabernas bajo letreros góticos, relojerías de cuco… Todo gira alrededor de la imponente catedral, cuyo campanario fue declarado la torre más bella de la Cristiandad. Sus gárgolas tienen las mejores vistas, desde la Selva Negra al valle del Rin, vistas que podréis tener a bajo precio sobre las casas de colores, viñedos, puertas medievales (Martinstor, s. XIII) y racimos de bicicletas de una Friburgo bohemia, universitaria, cosmopolita e impecable.
Para moverse, el tranvía, y para comer, mesones low cost como El Haso, bodega vegana junto al popular White Rabbit Club; el Biokeller, con sabores ecológicos, o el Feierling, pionero «Slow Brewing» (Slow Food de cerveza), con elaboración artesanal y sostenible de alta calidad. En esta posada y «museo» cervecero (s. XIX), descubrimos la deliciosa crema de espárragos alemana. Por la noche, ambiente joven en clubs como el Schachtel o el Schlapen, de aroma rústico, a cerveza y cocina tradicional. El funicular sube al monte Schlossberg, y el teleférico, el más largo de Alemania y con energía 100% verde, al Schauinsland, en la mítica Selva Negra y del que parten bonitos senderos.
Vauban, la utopía verde
¿Por qué Friburgo es la capital ecológica y el refugio favorito de tantos alemanes? Para entenderlo recomiendo ir a Radstation (estación de bicicletas), donde Fernando Schüber regenta Freiburg Aktiv, rutas guiadas en bici: por la Selva Negra, el Kaiserstuhl (monte volcánico célebre en viñedos y vinos alabados por Goethe, que podréis probar), o Vauban, el mágico barrio sostenible de Friburgo. Schüber explica en perfecto español que aparte de su ideal posición geográfica (con el clima más cálido de Alemania, puedes esquiar por la mañana en la montaña y bajar en teleférico por la tarde, tomar tu bici e irte al río), Friburgo no sería el paraíso ecológico que es si hace 40 años sus estudiantes no hubieran impedido la construcción de una planta nuclear. Y de no ser por eso, la Selva Negra seguiría muda y amenazada. La vocación sostenible despertó allí, y cuando cayó el Muro en 1989 y el ejército francés desocupó el cuartel militar de Vauban, los jóvenes lo ocuparon con semillas y flores. El ayuntamiento les cedió 4 barracones y destinó el resto al urbanismo sostenible. Con democracia participativa y activismo colaborativo (Foro Vauban) obraron en 20 años el milagro: de viejo cuartel nazi a uno de los barrios más ecológicos del mundo.
En Vauban tampoco se ven coches. Sus vecinos, mayoría jóvenes, se mueven en bicis con remolques portabebés. Guarderías y señales dan preferencia a los juegos infantiles en la calle, donde no hay aceras, sino tierra o adoquines. Los edificios coloristas y bajos son eficientes y se alimentan de energía solar, eólica o biomasa. Parte del barrio genera tanta que abastece a Friburgo. La línea del tranvía discurre sobre hierba, que atenúa el ruido. Es rural y vanguardista: institutos de investigación ambiental punteros o casas como el Heliotrope (autosuficiente, gira siguendo al sol). Entre los españoles que viven en Vauban, una mujer (su satisfacción ha sido ver a su hija crecer jugando en la calle), y tres Erasmus: viven en la residencia de estudiantes de SUSI, zona autónoma de bajo coste. Me invitan a cenar al piso que comparten con otros Erasmus, rodeado de los últimos barracones del cuartel y de viejas furgonetas varadas como caravanas, hogar de los pioneros de Vauban en forma de comuna: «Lo mejor de vivir aquí es la conciencia natural de la gente, la naturaleza se vive. Moverse por ella es fácil gracias a los bonos de transporte, y todo se recicla o retorna (el sistema Pfand): metes las botellas usadas en una máquina y te devuelve su importe», la mejor forma de incentivar el consumo responsable y recordar lo que vale un peine.
Cuando bajo del piso camino de mi eco-hotel, el Green City Vauban, tropiezo con los héroes del SUSI, los pioneros. Están de fiesta. En uno de los barrios más modernos del mundo, a oscuras, sin más luz que fuegos hechos junto a sus Volkswagen vintage, escuchando música. Pienso en los regatos de Friburgo, que corren desde los tiempos de Erasmo de Rotterdam en recuerdo de todos los cauces que el asfalto urbano sepultó. Aquí el agua de la Selva Negra sigue su curso, recordando a todos de dónde vienen, dándoles un respiro.
Recomendaciones de viaje
– Para ir a Friburgo: vuelo hasta el EuroAirport Basel, Mulhouse, Freiburg (1 hora en bus).
– Para moverse: el bono Regio24 da derecho a todas las líneas durante 24 horas (5, 50 €).
– Para conocer y entender Friburgo y su entorno: Freiburg Aktiv.
Friburgo: visita en bicicleta «GREEN CITY»
2 horas, 140 € (1-4 pax)
3 horas, 160 € (1-4 pax)
Kaiserstuhl: visita por las zonas de viñedos en bicicleta
6 horas, 390 € (1-4 pax)
Selva Negra: visita entre los lagos Schluchsee y Titisee en bicicleta
6 horas, 490 € (1-8 pax)