Mientras la economía llega al paroxismo de lo inmaterial y el hombre queda a merced de los grandes dioses modernos: los mercados, la política y la tecnología, Marta Álvarez, que iba para bróker, encontró el éxito en la naturaleza, ese horizonte olvidado que algunos ven ya como alternativa y «nuevo futuro»: contempla las estrellas, respira el bálsamo de la noche y recoge por las mañanas el rocío y el consejo de los robles centenarios. Dando la vuelta a la tortilla explotó sus dotes empresarias con lucro para la tierra, y salió ganando: vive en el paraíso, es su propia jefa, y contribuye a la riqueza local y natural. De llegar ese nuevo futuro dirán: «fue una pionera».
La sociedad presume siempre de llevar en la boca los dogmas que están en boga. Hoy hay uno que repite a la juventud: «ni el campo ni las artes dan de comer», «invertir en naturaleza o en humanidades es la misma causa perdida». La ironía recuerda que ambas actividades comparten el mismo principio: la cultura, del latín colere (cultivar, labrar, la tierra o el espíritu). Algo tan impopular hoy como la agricultura llegó a ser una revolución que sacó al hombre del Paleolítico y es aún la fuente de nuestra supervivencia, tan olvidada como el oxígeno sin el que no duraríamos ni tres minutos.
¿Por qué las cosas más importantes tienen hoy tan poco prestigio? Será porque nuestra civilización pondera lo contrario y ha perdido la paciencia y el amor que requiere todo lo que lleva su tiempo, da su fruto y mide su valor por el camino y el esfuerzo. Será porque idolatra el éxito inmediato y la imagen fácil. Pero precisamente el tesón y la sostenibilidad han sido los criterios que una joven empresaria ha seguido hasta encontrar el éxito en la naturaleza, esa salida estéril desdeñada por los gurús de la rentabilidad. ¿Y si la naturaleza hubiera estado esperando el momento en que la técnica, de tan sofisticada e inocua, permitiera el regreso del hombre al hacerla más habitable? Marta Álvarez da prueba de ello: su negocio artesanal llega a todas partes desde Internet.
A fuego lento
Esta joven emprendedora creció entre el asfalto y el CO2 de una ciudad industrial. De bucólica tenía poco: le gustaban las grandes metrópolis, como Londres, la música electrónica, como Fangoria, y las carreras con futuro, como Empresariales. Su contacto con el campo era nulo. Pero un día, buscando el karma rural para estudiar, unas vacas se cruzaron en su camino: se habían escapado. Trató de hacerse entender, y ellas, al verle aires de ciudad, la siguieron condescendientes. Logró guiarlas hasta su dueño, y en el camino, se enamoró: «Descubrí que me gustaba y era capaz de hacerlo», dice hoy desde Granxa Maruxa, una granja ecológica de vacas lecheras, a cuya puerta llaman curiosos, periodistas, premios nacionales, gentes de toda España y jóvenes en busca de empleo.
Fue en el año 2000 cuando dio el salto que muchos aún miden, por inseguridad o prejuicios: el salto a la naturaleza. Por supuesto no fue un camino de rosas, pero en la experiencia de la lucha descubrió Marta quién era, el justo precio del éxito y la libertad. Decía Thoreau: «Me fui a lo bosques porque quería vivir conscientemente, enfrentarme a la esencia de la vida y ver si podía aprender lo que tenía que enseñarme, para no descubrir en el momento de morir que no había vivido». Marta desempolvó las viejas tierras de sus antepasados, se acogió a las ayudas estatales para jóvenes agricultores, compró 16 vacas y se especializó en un Máster en ciencias aplicadas: partos, cría, pastoreo y ordeño. Cuando se había encariñado de sus vacas, un brote tuberculoso le obligó a sacrificarlas. A pesar del golpe, se repuso, pidió un préstamo y compró otras 16. El paraíso natural recompensó su esfuerzo.
Marta habita un paisaje idílico en el corazón de Galicia, confín del viejo mundo –Finis Terrae-, y destino de los pueblos europeos que peregrinaban a Compostela. Su hogar está protegido por bosques, pastos y torreones medievales; es tierra fértil de yerba tierna y gustosa que las vacas traducen en su misterio a la leche blanquísima y reluciente que Vermeer vertió en pintura. Como él, las primeras vacas eran holandesas, y aunque hoy ya pasan de 50, Marta siempre ha mantenido la filosofía de sus vecinos del norte: les da cariño, libertad para pastar, un ambiente alegre (ha llenado su granja de color y bonitas estampas) y música: Mozart, que hace de la leche un arte.
Cocinar el futuro
El mismo amor pone Marta en las Maruxas, deliciosas galletas de nata que ya llegan a todo el país íntegramente artesanales: el azúcar, obtenido de caña, la harina, deshecha por tradicionales molinos de piedra, y la nata de sus vacas, que alimentadas del forraje de estas lomas legendarias, absorben los nutrientes y la historia de la tierra. El proceso, totalmente orgánico, liga la naturaleza al paladar y garantiza su sabor original. Para Marta, que aspiraba a bróker, beneficio y naturaleza ya son inseparables. Si de lo que se come se cría, a diferencia de los transgénicos y alimentos industriales que vician el gusto de ciudad, aquí la gente se oxigena y retroalimenta a la vida. Marta promociona además la economía local (granjeros o gestores de turismo rural), desde su tienda y su propia web.
¿Y si las tornas cambiaran y la tierra, antes sinónimo de servidumbre, ofreciese en adelante la libertad atribuida a la ciudad, hoy grillera humana? Precisamente cuando los mercados parecen regir la moral y la estética, una empresaria que iba para bróker se hizo granjera. ¡Y una granjera moderna! La naturaleza no sólo se perfila ya como horizonte laboral de ciencias ambientales o ingenierías agronómicas, también de las modernas ingenierías en energías renovables. Si la agricultura es vital, quizá sea hora de volver a abanderarla y devolverle el prestigio y la modernidad que merecen (cantantes como Alaska o Bebe amadrinan las vacas de Granxa Maruxa), reconsiderando a mercados y brókers como meros agentes al servicio de la sociedad. La semántica, de nuevo, tiene un papel vital en esta sociedad de la Imagen: no suena igual bróker que granjero, como no se mira igual la experiencia de un granjero que de un Experto en recursos agropecuarios, aunque sean lo mismo.
Cuando el progreso pisa y deja atrás sus propios principios (el cultivo del espíritu, como el de la tierra), deja de ser progreso y sigue un camino impostado, quién sabe si regresivo. En tal caso rectificar es de sabios y evolucionar es imposible sin recuperar. ¿No habrá llegado el momento de que la sociedad inculque a niños y jóvenes los valores del nuevo progreso? ¿El progreso sostenible? ¿De llevar en la boca otros dogmas (la naturaleza y las humanidades sí dan de comer, al cuerpo y al alma), idolatrando lo esencial y transfiriendo el prestigio de brókers a granjeros?
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Excelente. Ojalá en muchos de nuestros países hubieran más Marta para cubrir las expectativas de vida en la Tierra