El acto de viajar, el hecho de que una persona se desplace a un destino fuera de su lugar habitual de residencia, pernoctando y con una motivación ligada al ocio, es una cuestión relativamente reciente. El turismo como un derecho, un derecho al descanso, al ocio o al disfrute es una cuestión implícita a la vida moderna. Más que un derecho inherente a la condición humana, es el resultado de procesos sociodemográficos y económicos a escala global. Basta analizar la evolución meteórica que han experimentado los viajes en todo el mundo, de los 20 millones de desplazamientos en 1950 hasta superar la histórica cifra de 1.000 millones en 2010, con la perspectiva de alcanzar los 1.800 millones en 2030, según la Organización Mundial del Turismo (OMT).
Este aumento exponencial de los viajes a escala planetaria nunca hubiese sido posible sin el acceso de las clases medias al turismo, que pasó de ser un bien de lujo al alcance de unos pocos en sus comienzos, a ser una necesidad al alcance de un perfil más amplio de la sociedad. El germen del turismo de masas que a partir de los años 60 y 70 ha dado lugar a la industria que hoy en día conocemos. Al hilo de esta reflexión, se ha publicado estos días un interesante estudio que pone de relieve algo que poco a poco se va percibiendo a pie de calle. Un informe de la Universidad de La Laguna – ULL (Tenerife) alerta que más del 40% de la población española está excluida del consumo turístico y que el 20% de los consumidores realizan el 70% de los viajes.
No debe resultar muy extraño si tenemos en cuenta que una de las consecuencias de la crisis económica y social es que precisamente se ha llevado por delante a las clases medias. Hoy, los más ricos son más ricos y los más pobres más pobres que hace 3 ó 4 años. Según la ULL, casi un tercio de ese 40% de la población que no tiene acceso a los viajes no puede hacerlo por motivos económicos, lo que viene a significar una muestra bastante fehaciente de hasta qué punto el sector turístico depende de coyunturas sociodemográficas y económicas favorables. Al mismo tiempo, simboliza un ejemplo de brecha y desigualdad social, una realidad que con la crisis se muestra a cara descubierta. Cuestiones, en definitiva, que explican bastante a las claras la caída del mercado nacional en los últimos años y el sufrimiento de sectores que hasta aquí han dependido mayoritariamente del turista español, como el turismo rural.