El primero amargo como la muerte, el segundo dulce como la vida y el tercero más dulce como el amor… Este es el dicho que acompaña una de citas diarias ineludibles para todo senegalés que presuma de serlo: la hora del té. Llevamos ya casi dos semanas por aquí y, si de algo nos hemos dado cuenta, es que esta hora es sagrada para ellos, normalmente después del almuerzo del mediodía, aunque cualquier momento es bueno. Digo que es la hora del té porque, literalmente, tardan ese tiempo como mínimo en prepararlo y tomar al menos tres tazas, con mucho esmero y también porque no decirlo con un poco de parsimonia. Pero, más allá del tiempo y del gusto que pueda tener, este acto esconde una de las aficiones favoritas de esta zona de África: las relaciones sociales. La hora del té es la hora de la tertulia y de la interacción con el otro y esto es sumamente significativo, ya que en todo Senegal se distinguen hasta diez etnias diferentes que conviven pacíficamente y en perfecta sintonía. Desde luego, todo un ejercicio de tolerancia y respeto.
En la región que nos ocupa y en la que estamos, la de Kedougou, esta cuestión cobra más protagonismo si cabe. Y es que aquí conviven tres etnias con diferentes costumbres y creencias: los peul, de religión musulmana, los bedik, cristianos y/o animistas, y los bassari, también de creencias animistas y cristianas. Tal vez esta pluralidad y diversidad cultural, unido al bello y atractivo paisaje que te encuentras allá donde pones el pie, está convirtiendo la región de un tiempo a esta parte en un importante foco de atracción turística.
Este hecho está generando en sí mismo una fuente de ingresos alternativa a la agricultura y la ganadería para emprendedores de esta zona de Senegal, por lo que ahora que el turismo está creciendo cada vez más, cabe preguntarse si es necesario algún tipo de regulación o coordinación al respecto. No sería la primera vez que un flujo cada vez mayor de visitantes pueda desembocar en malas prácticas que influyan y perjudiquen a su vez en el entorno medioambiental y cultural, alterando en definitiva el “orden normal de las cosas”.
Para palpar de primera mano la experiencia de ser un visitante de esta zona de Senegal y, al mismo tiempo, observar como están asimilando la actividad turística estos pueblos, nos hemos ido de ruta durante cinco días con Noumoussara, un experimentado guía local nativo de Ibel. La figura del guía local se presume fundamental y es que, en destinos cultural y medioambientalmente frágiles como este, el guía debe suavizar los choques entre el visitante y el que recibe, empatizando con ambas partes y creando una atmósfera adecuada. Lo cierto es que el balance ha sido muy bueno: nos hemos recorrido toda la zona norte de la región de Kedougou, visitando Bandafasi, Ibel, Anyiel, Patassy, Ethiwar, Thioccoye, Salemata y Ethiolo, conociendo así el modo de vida de las diferentes etnias y culturas. Y todo en bicicleta, a pie haciendo trekking o en transporte público.
La primera parada, los primeros días, fue en Bandafasi e Ibel. La mayoría de guías aquí son de este último pueblo peul, etnia que profesa la religión musulmana. Debido a la gran cantidad de visitas procedentes de España, muchos de ellos incluso hablan algo de español y aquí, la verdad, es que nos hemos sentido muy bienvenidos. Hemos convivido durante dos días en Ibel con la familia de Noumoussara, toda de origen peul y hemos comprobado de primera mano que la vida para ellos no es para nada fácil. Aquí no hay electricidad y el agua se extrae de un pozo cercano, de donde la traen las mujeres en enormes palanganas que llevan sobre sus cabezas. El ritmo diario es el mismo que antaño: a las once de la noche casi todo el mundo está en la cama y a las siete de la mañana, como un reloj, el gallo se encarga de ponerte las pilas y empezar el día.
La única experiencia turística en forma de campamento en Ibel fue con uno comunitario que acabó fracasando por falta de organización (otro de los deportes nacionales en estas latitudes), por lo que los turistas que pernoctan por aquí lo hacen en las casas de los guías. Otra cosa son las iniciativas privadas de la mano de emprendedores locales con las ideas en la cabeza mucho más claras. Un claro ejemplo es Chez Leontine, el primer y único campamento de la zona regentado por una mujer, en el cercano pueblo de Bandafasi. Leontine es además una de las personas que participan en el proyecto de la Fundación Banesto de Turismo Solidario en África. Allí nos quedamos una noche y pudimos comprobar como el campamento está recién reformado, luciendo coqueto y muy acogedor.
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