La semana pasada se celebró la feria BioCultura en Madrid, el mayor escaparate de productos ecológicos y propuestas de consumo responsable o estilo de vida saludable en España en la actualidad. Con una asistencia de más de 80.000 personas y la sensación continua de ver multitud de gente por todos lados, quedan pocas dudas del auge y empuje del sector, para mayor incidencia en plena época de crisis. Si hubo algo que me llamó la atención, fue la importante presencia de iniciativas vinculadas, en mayor o menor medida, con la agricultura y los huertos urbanos. Desde proyectos didácticos para niños hasta empresas dedicadas a la venta de productos, semillas y/o planteles, pasando por asesoramiento o por proyectos sociales comunitarios. Yo mismo llevo ya más de un año volcado en mi propio huerto urbano en la azotea del edificio en donde vivo, este año he grabado un videotutorial con Ecomallorca para transmitir las nociones básicas para poner en marcha un huerto urbano y, en general, se aprecia un evidente auge, tanto en mi entorno más cercano como a nivel general. ¿Este incipiente fenómeno es fruto de la casualidad o tiene factores intrínsecos que lo explican?
Creo que en las causas hay un poco de todo, pero está claro que las casualidades al 100% como tales, no existen. He encontrado un interesante documental editado por la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia en España) que aporta un buen análisis y muchas claves sobre el auge de la agricultura urbana, bajo una dimensión histórica, social y ecológica. Hasta la revolución industrial y el auge del capitalismo en medio mundo, la diferencia entre mundo rural y mundo urbano no era tan pronunciada. A partir de entonces, las ciudades han crecido a un ritmo infrenable, comiéndose terrenos productivos en su entorno que tradicionalmente les habían suministrado alimentos. Al mismo tiempo, los sistemas de transportes mejoraron y crecieron y, por tanto, la dependencia de las ciudades del suministro de productos procedentes del exterior también fue en aumento. En este contexto socioeconómico, surgieron las primeras iniciativas de agricultura urbana como huertos obreros, que los empresarios y capataces dejaban a los trabajadores de las fábricas para que pudiesen complementar sus bajos salarios.
Hasta los años 60, la situación en las grandes urbes del mundo fue similar, con picos de mayor auge asociado a florecimientos puntuales de agricultura urbana, normalmente en épocas de mayores dificultades como con la Gran Depresión en el 29 o durante y tras la I y II Guerra Mundial, con iniciativas de huertos comunitarios para tratar de abastecer al frente o a las propias ciudades. Sirva como ejemplo un dato: en 1943, el 40% de las frutas y verduras consumidas en las ciudades de EEUU procedían de huertos comunitarios. A partir de los 60, con el auge de la construcción y un capitalismo ya desenfrenado, los remanentes de agricultura urbana fueron reduciéndose. Aún así, hay algunos ejemplos más recientes que señalan a la agricultura y los huertos urbanos como una solución recurrente cuando las cosas no vienen bien dadas. Con la caída de la URSS y el bloqueo de EEUU a Cuba, la permacultura urbana y los huertos comunitarios supusieron una alternativa a la escasez de alimentos y de petróleo para incentivar la agricultura intensiva en la isla. Aún más reciente es el caso del corralito en Argentina, momento en el que la agricultura urbana como fórmula de autoabastecimiento supuso una alternativa a la maltrecha economía del país y de muchos argentinos, que vieron como los ahorros de toda la vida fueron bloqueados.
Hoy en día, con una visión global de las cosas y particular con el caso de España, está claro que estamos atravesando una crisis que no sólo es económica, sino también ecológica y sobre todo social. Los cimientos del bienestar y el sistema de vida en el que nos hemos sustentado en los últimos 40 años se tambalean y, en estas circunstancias, el florecimiento de la agricultura en las ciudades, con multitud de huertos urbanos, incide en un par de vertientes reseñables. Por un lado, como evidente fórmula de tender hacia el autoabastecimiento, en mayor o menor medida dependiendo de las condiciones del espacio. En segundo lugar, lo cuál es aún más reseñable, como una práctica de carácter social, de recuperación de espacios abandonados o desaprovechados en donde, no sólo se incide en una recuperación de valores ambientales o ecológicos, sino que también y sobre todo se apuesta por un dimensión relacional, de convivencia. Los huertos urbanos en las ciudades son espacios de resistencia y de construcción de una alternativa.
Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura), en la actualidad más de 800 millones de personas en todo el mundo participan en actividades de agricultura urbana. Eso, en países, contextos y situaciones muy diferentes, pero con un denominador común: mejorar la resiliencia de las ciudades y, por ende, de los habitantes de esas ciudades. Es decir, mejorar la capacidad del mundo urbano de ser autosuficiente y de no depender del exterior. Me ha encantado un concepto que se menciona en el documental: la agricultura urbana como una técnica de acupuntura urbana, que incide en que no son necesarias faraónicas actuaciones (que por cierto, han proliferado y proliferan en muchas ciudades como símbolo del mal llamado progreso) para fomentar un cambio. A veces, con pequeñas intervenciones, se pueden lograr grandes transformaciones. ¿Son todas esas pequeñas iniciativas de huertos urbanos un primer paso para una nueva realidad en nuestras ciudades?
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