Según un estudio publicado por la revista científica ‘Marine Ecology Progress Series’, la pérdida de la biodiversidad en el mundo sigue acelerándose a pesar haberse aumentado el número de espacios protegidos. ¿La razón fundamental? El aumento de la población y el aumento del consumo que se produce por ese incremento del número de bocas que necesitan alimentarse. Para hacernos una idea visual, hoy en día la población mundial está consumiendo 3.000 millones de hectáreas más de lo que el planeta puede dar sosteniblemente. Por ello, si se cumplen las estimaciones que hablan de 10.000 millones de personas sobre la Tierra en 2050, a este ritmo se necesitarían del orden de 27 planetas para pagar los costes ecológicos de la demanda de recursos naturales de la población humana. La consecuencia de este incremento del consumo ha ido paralelo a la pérdida de biodiversidad, pero no sólo de especies de plantas o animales, sino sobre todo en términos de soberanía y riqueza agroalimentaria. Esta necesidad de alimentar a tanta gente ha conllevado la necesidad al mismo tiempo de primar especies productivas por encima de otras más adecuadas a las características implícitas de un lugar, a veces potenciando dicha producción con la química y el impulso de los transgénicos.
Las consecuencias del uso de este tipo de cultivos inciden en la fertilidad de los suelos, en la calidad de agua y, por supuesto, en las propiedades organolépticas de los propios alimentos, que se producen en mayor cantidad pero con una menor calidad. Hay movimientos e iniciativas en todo el mundo que tratan de combatir esta lacra, potenciando y protegiendo el patrimonio cultural y social ligado a la gastronomía y la soberanía alimentaria local de los pueblos. De todos ellas yo siempre destaco a Slow Food, por el posicionamiento y la repercusión internacional que sus mensajes y filosofía han obtenido. Toda esa biodiversidad agroalimentaria es parte de la identidad de un territorio y debe pervivir para mantenerse a flote de ese carácter algo impersonal y unificador que tiene la globalización. Lo bueno que tiene Slow Food es que su mensaje es universal, pero su acción es local, algo fundamental para que llegue de verdad a la gente. Por eso quiero traer aquí un fragmento de una entrevista que hicimos para Ecomallorca hace algunas fechas a María Solivellas, vicepresidenta de Slow Food Illes Balears y cocinera de un restaurante ecológico en Mallorca.
Aparte de hablarnos de alguno de los proyectos en marcha por parte de Slow Food Illes Balers como Fruiters d’temps (una acción de recuperación y distribución de árboles frutales autóctonos de las Baleares), nos dio algunos datos que invitan a la reflexión. Hay que pensar que las Baleares son un territorio reducido e insular. Tal vez esa insularidad y aislamiento, junto con el hecho de encontrarse en la cuenca mediterránea, ya de por sí muy fértil, les ha dado una enorme riqueza y variedad agroalimentaria a lo largo de los siglos. Un patrimonio cuidado y mimado por la sabiduría de los campesinos o payeses que han seleccionado y cuidado las mejores variedades de todo tipo de verduras, legumbres, hortalizas o frutales. Sin ir más lejos, tras cuatro ediciones, la campaña Fruiters d’Temps ha logrado recuperar la friolera de 160 variedades de frutales que son autóctonos de Baleares y que estaban a punto de desaparecer, engullidos por las reglas de mercado.
Lo mismo ocurre con los vegetales, con más de 850 variedades únicas de las islas. Sólo de trigo había cultivadas 22 variedades, aunque sólo queden 6 en la actualidad y el resto se haya perdido. Estos datos se podrían extrapolar en mayor o menor medida en otros lugares del planeta pero, a buen seguro, las conclusiones serían las mismas. Por eso, a pesar de ser datos y acciones que se están desarrollando a nivel local, su mensaje y valor implícito vale a escala global. Está en nuestras manos potenciar todo este patrimonio cultural y social ligado al trabajo en el campo y a la sabiduría de nuestros agricultores. Para ello es fundamental el promover el consumo de productos locales y preocuparnos por el origen y proceso de producción de lo que comemos allá donde estemos. Creando conciencia entre todos ayudaremos a frenar esa pérdida de biodiversidad agroalimentaria que todavía no es del todo irremediable.
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