Una adecuada política de gestión que favorezca una mayor responsabilidad turística, incidiendo en promover modelos de turismo sostenible en un destino, implica diferentes vertientes. Sistemáticamente se tiende a reducir el campo de actuación a un plano meramente medioambiental, que no deja de ser importante, pero probablemente es la vertiente que más fácil se puede implementar. La sostenibilidad debe ampliar su radio de acción a una apuesta más integral, que salvaguarde la riqueza cultural material e inmaterial de los lugares a visitar, sin olvidar el necesario equilibrio social y económico. Precisamente son estas dos últimas vertientes, con casi toda probabilidad, las más olvidadas cuando se habla de turismo sostenible pero, aunque los impactos negativos sean menos visibles a simple vista, el daño puede ser incluso mayor. Un destino que no da el protagonismo a los propios actores locales y que facilita que el grueso de los beneficios que se generan con la actividad turística se marche fuera, está cavando un agujero del que luego difícilmente se puede salir. Eso por no hablar del equilibrio social que se le debe presuponer a cualquier actividad turística, el no alterar el ‘orden normal y ético’ de las cosas para satisfacer las demandas y necesidades de los turistas, por muy banales o no que puedan llegar a ser.
El turismo sexual infantil es, sin ir más lejos y enfatizando en este equilibrio social que se debe cuidar en cualquier destino que quiera hablar de turismo sostenible, una de las mayores lacras que hay que combatir por todo el mundo. Especialmente en el caso de lugares que ya reciben o se disponen a recibir a un creciente número de turistas, en donde hay sectores de la población que estén pasando por dificultades y que ven en la prostitución una vía de obtener un rendimiento económico. El problema de fondo no es sólo este, sino que se obligue a niños o adolescentes a prostituirse, retroalimentando una relación turista-población local muy dañina y dando pie a estereotipos que marcan para siempre determinados lugares. Pensar en muchos países del Sudeste Asiático, por ejemplo, es pensar de alguna manera en lugares en donde el turismo sexual está al alcance del que quiera, aunque evidentemente que luego no toda la realidad que se encuentra el turista incide en esta cuestión… pero es una percepción que tiende a inundarlo todo y hay datos que así lo atestiguan. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el turismo sexual contribuye entre un 2 y un 14 por ciento al PIB de Indonesia, Malasia, Filipinas o Tailandia.
Hay muchos casos, cada vez más, de destinos que mueven ficha para combatir esta realidad. El gobierno brasileño de Dilma Rousseff acaba de lanzar una campaña denominada «Guardianes de la Infancia«, para proteger a los niños y adolescentes de la explotación sexual durante el Mundial de Brasil 2014. La iniciativa comenzará con una campaña publicitaria orientada a turistas y a concienciar a la población local, que se pondrá en marcha durante la próxima Copa Confederaciones, que se celebrará en Brasil el próximo verano. La iniciativa no es la única. En los próximos días, el Instituto Distrital de Turismo de Bogotá (Colombia) va a certificar a 24 empresas por ejercer labores y estar comprometidas en la lucha contra la Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes a través del turismo. Empresas hoteleras y de restauración que han firmado los valores del manifiesto TheCode.org, una iniciativa que respalda el cumplimiento del código de protección a los menores de edad de la explotación sexual relacionada con la actividad turística.
Los estereotipos en general crean una imagen predefinida de un destino que luego es muy difícil de romper. Sobre todo porque muchos sectores se aprovechan de ellos para vender a su manera el propio destino y asegurar un determinado flujo de visitantes. El problema es cuando entran en juego cuestiones como la explotación sexual infantil, una cuestión que constituye un delito y que, en muchas ocasiones, al amparo inconsciente que dan las vacaciones y el salir del entorno habitual, se olvida. Luchar contra esta lacra supone dejar claro que se trata de un delito en cualquier parte, implicando a todos los agentes turísticos, proveedores y población local sobre el daño que causa, en primer lugar a los propios jóvenes y, por ende, a la imagen del propio destino. Aumentar la presión social contra esta infame forma de explotación infantil es un deber, no sólo de los destinos más castigados por esta realidad, sino también de los principales mercados emisores.