Proponemos un viaje a lugares comunes desde otra perspectiva. Aguzando la vista y los sentidos, atrofiados por la sociedad de la Imagen, podemos descubrir pliegues de la naturaleza que solemos ignorar por falta de tiempo y poca atencion. Estas imágenes van de la panorámica al detalle microscópico, mostrando instantes de naturaleza fugaz y diminuta a los que somos demasiado ajenos.
El faro de la Jument. Jean Guichard
Jean Guichard es, junto a Philip Plisson, uno de los mejores pescadores de paisajes marinos. Sus faros han dado la vuelta al mundo. En el faro de la Jument (izda.), cuyo farero a punto estuvo de ser tragado por la ola mientras Guichard retrataba una tormenta, cobra vida la impetuosidad romántica e individualista que el siglo XIX evocó al óleo en El caminante sobre el mar de nubes, de Caspar David Friedrich.
Delicias en mi jardín. Lola Guerrera.
Más próxima en el tiempo y el espacio es la serie Delicias en mi jardín, de la joven fotógrafa Lola Guerrera. Con esta sugerente instantánea ganó el Premio Fundación Biodiversidad 2011 a la mejor fotografía. Sus instalaciones de origamis al aire libre, pequeñas esculturas de papel que simbolizan animales o plantas, cuestionan el ritmo de vida de la sociedad actual, inspirando lo efímero y volátil, y devolviendo a la naturaleza los elementos que le fueron sustraídos para fabricar el papel, liberándolos de su utilidad artificial y dotándolos de su naturalidad original.
Flowers Timelapse. Katka Pruskova.
Aguzando más y más la vista y los sentidos, acercando el zoom, entramos en el mundo de lo pequeño. Gladiolos, gardenias, rosas, lilas… En este asombroso homenaje a la flor, asistimos al nacimiento de la vida en las más variadas formas, colores y texturas de las flores. Ciencia y arte al servicio de la naturaleza.
Microcosmos (1996). Claude Nuridsany y Marie Pérennou.
Obra maestra producida por Jacques Perrin, director de las memorables Nómadas del Viento (2001) y Océanos (2010). Explora a pie de tierra la vida de los pobladores de la hierba, esa fantástica jungla microscópica. «Sumérjanse 24 horas en un mundo desconocido, en una aventura a escala de centímetros. En este universo, el reloj de arena se acelera: una hora es un día, un día, una estación, una estación, una vida. Una película mágica, con todos los actores del microcosmos».
Cando baixa a marea – Cuando baja la marea (2010). Federico de la Peña.
Esta joya es parte de la fabulosa serie O espía da natureza (El espía de la naturaleza), del naturalista Federico de la Peña, que a través de una nitidez líquida y una música hipnótica, nos sumerge en las charcas de las playas, condenadas a las escabechinas infantiles. El documental bucea en los huecos de las rocas, de apariencia estéril, y descubre el frenesí de microuniversos donde curiosas criaturas, inmóviles entre los bosques de algas, contienen el aliento esperando la subida de la marea para volver a respirar. Espectacular. Es triste que el turismo de playa no difunda la riqueza de nuestro intermareal, y lo descuide al capricho de la contaminación. Muchos se harían sensibles al problema de la especulación y la urbanización costera si pudieran ver que el valor que atesoran las playas está más allá de la toalla y la sombrilla. Este documental demuestra que la vida se concentra en los lugares más insospechados.
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Al hombre le cuesta ver más allá de sus narices, especialmente cuando juzga la naturaleza, más rica de lo que su ojo sabe hoy apreciar. Nuestro tamaño nos arrojó a un mundo a escala de los grandes mamíferos, y nuestro modo de vida nos recluyó aún más, haciéndonos menospreciar el universo de especies que por debajo de ese umbral comparten y sostienen la vida en la Tierra, ese mundo infinitesimal que salvaba a la humanidad en la Guerra de los mundos de H. G. Wells. Despreciamos aquello que es demasiado pequeño o demasiado diferente (nos da asco) y, sin haber tenido jamás una buena razón para ello, nos importa muy poco matar una hormiga o una mosca. Es el derecho de la fuerza fácil y gratuita. Somos superiores, y como no hay represalias, lo hacemos. Porque podemos. La perspectiva regula la ética, como en los experimentos de Milgram o en la escena de la noria de El tercer hombre: «¿Sentirías compasión si alguno de esos puntitos negros dejara de moverse?».
¿Pero cómo es la vida allí? ¿Cómo no sentir curiosidad por esas formas distintas de estar en el mundo? Multitud de pueblos se lo preguntaron y soñaron con integrarse en el corazón de los bosques a escala de insectos y flores, proyectándose en fantasías como duendes, hadas o gnomos. Hoy la ciencia y arte, al servicio de la naturaleza inagotable, iluminan lo que sucede en ella a niveles microscópicos o en fracciones de segundo, mundos que jamás habíamos podido ver. Horizontes que deben ayudarnos y animarnos a entender mejor y querer más, como si de nuestro propio organismo se tratara, el sistema del que formamos parte.
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