Llevamos ya casi dos años de andadura en Ecotumismo promulgando que es necesario practicar un turismo responsable y sostenible con los destinos que visitamos, en donde el turista se tome su tiempo para disfrutar, integrarse y conocer los lugares y sus gentes. Viajar sin prisas, a ritmo slow, es uno de los mayores placeres de esta vida y, poder conocer a fondo un país que no es el tuyo de origen, produce una satisfacción de difícil comparación. Por eso, la experiencia que vivimos la semana pasada, aunque puntual y circunstancial, se nos hizo bastante cuesta arriba. Seguimos en Irlanda y nos decidimos a visitar dos de las atracciones turísticas más populares del país: Kylemore Abbey y The Cliffs of Moher, ambas cercanas a la preciosa ciudad de Galway, en la costa oeste. Contratamos un servicio de autobús en el B&B (Bed & Breakfast) donde nos alojábamos, pensando que era eso, un servicio de autobús con horarios para ir y volver. La sorpresa llegó cuando nos vimos en una tour guiado encasillado, lleno de turistas de todo tipo, en donde el chófer, más que un guía, parecía un policía que te ordenaba lo que tenías que hacer. En esta vida tiene que haber de todo, pero… ¿cómo es posible que este tipo de experiencias le gusten a alguien?
Independientemente del ‘cómo’, el ‘qué’ vale la pena con toda probabilidad. Galway es una ciudad con mucho encanto, con un casco antiguo muy bonito y mucho ambiente joven y universitario. Aunque por lo visto en verano la aglomeración de turistas se hace a veces pesada y los residentes locales suelen huir con bastante frecuencia en fechas claves, es un lugar que merece ser la pena visitado. Prácticamente allá donde pisas, ya sea una oficina de turismo, un hostal o B&B o cualquier tienda o centro comercial, te venden las tres visitas estrella de los alrededores. Kylemore Abbey, en la región de Connemara, es una súper propiedad ubicado en un paraje único, rodeado de valles y montañas verdes, con varios edificios e iglesias góticas y un precioso jardín victoriano. Después de pasar por varias manos privadas es, desde después de la I Guerra Mundial, el hogar de unas monjas belgas de la congregación benedictina.
The Cliffs of Moher es la atracción natural más visitada de toda Irlanda y candidata a convertirse en una de las nuevas siete maravillas naturales del mundo. Son unos espectaculares acantilados que, seguramente, a más de uno le sonarán porque ha sido la imagen promocional de turismo de Irlanda en ferias y eventos. Más allá de recorrerte todos los acantilados, a la distancia prudencial que marca una valla para evitar que el viento te tire pared abajo hasta el mar, hay un centro de visitantes en donde puedes conocer el origen geológico de esta formación, la flora y la fauna del lugar, su relación con el hombre y todo el valor medioambiental de la zona. La tercera visita estrella es a Aran Islands, un pequeño archipiélago de tres islas en donde, por lo que se ve, la cultura irlandesa está más viva que nunca. A nosotros se nos quitaron las ganas de probar la experiencia de montarnos en el ferry, dadas las dos anteriores, y decidimos seguir nuestro camino hacia Limerick, más al sur.
Se nos quitaron las ganas porque, cómo decía al principio, los tours guiados a Kylemore Abbey y The Cliffs of Moher fueron demasiado para nuestros cuerpos. El chófer se encargaba de parar donde le parecía y dar dos minutos a todos los integrantes del autobús para que sacaran fotos. Lo peor era ver a todos los turistas como borregos bajar, posar y subir, como si fuera una obligación. En Kylemore nos dieron una hora y media exacta de reloj para hacer la visita. La cuestión es que el conjunto es enorme, tan grande que incluso hay un servicio de autobús en el interior para ir desde la mansión principal hasta el jardín victoriano. Nosotros decidimos ir caminando, disfrutando del precioso bosque y lago que hay por el camino. El resultado es que llegamos cinco minutos tarde al autobús de vuelta a Galway… ¡y ya se estaba yendo sin nosotros! Tuvimos que correr y aguantar las bromas pesadas y miradas raras del conductor y el resto del pasaje durante todo el viaje de vuelta.
En The Cliffs of Moher la cosa no fue mucho mejor: la gente sacó las fotos donde quiso el conductor, comimos donde quiso el conductor y en los acantilados, que era lo más importante de nuestra visita obviamente, estuvimos… ¡50 minutos! Sólo la visita por el centro virtual de visitantes duraba una hora… así que sólo pudimos sacar algunas fotos, pero poco más. No nos enteramos de la misa, la mitad… y tampoco quisimos arriesgarnos a perder el autobús de vuelta, porque el chófer se encargó de decirnos a todos, antes de bajar, que no pensaba esperar ni un minuto por nadie y que el taxi de vuelta a Galway costaba 40€… ¡como para decirle algo! El resultado fue un estrés ambos días al que no estamos acostumbrados cuando viajamos. La impresión que nos llevamos de cada sitio, lejos de ser la mejor, dejó bastante que desear. En fin, nunca está de más sentirte un turista de masas… aunque sólo sea por un día. ¡Uno y no más!
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08 Ago 2014 - Turismo, Turismo responsable, Viajes