Con la idea de palpar el día a día de una de las ciudades senegalesas con mayor pasado colonial, la primera parada de nuestro viaje ha sido en Sant Louis. Situada más de 260 kilómetros al norte de Dakar, muy cerca de la frontera con Mauritania, uno espera encontrarse con paisajes cada vez más áridos a medida que va subiendo. Nada más lejos de la realidad… Capital de la región del río Senegal, la zona viene siendo lo más parecido a un oasis, no en vano es una de las más ricas del país a pesar de estar muy cerca del desierto del Sahara. Recibió su nombre en honor a Luis XIII y, en su día, se convirtió en un punto neurálgico para el comercio y la trata de esclavos por parte de las grandes potencias coloniales. En la desembocadura del río Senegal, frente a la parte continental de la ciudad y unida por un puente, se encuentra una isla que albergó en su día el primer emplazamiento normando en el siglo XVI. A su vez, otro puente une la isla con la Langue de Barbarie, un brazo de tierra de unos 30 kilómetros de largo y entre 150 y 400 metros de ancho, con 7 metros de altitud como máximo.
Esta especial distribución convierten a Sant Louis es una ciudad peculiar. Pasear por sus calles implica sumergirte en la realidad africana, con un ir y venir de gente y ambiente continuo en cada esquina. Especialmente mágico es Guet N’Dar, el barrio de los pescadores, situado en la Langue de Barbarie a lo largo de la playa que comienza junto al puente. La zona tiene una densidad de población similar a Calcuta, con unas 20.000 personas viviendo en 0,3 kilómetros cuadrados, de los cuáles alrededor de 14.000 son pescadores. La flota de piraguas (mal llamadas cayucos) apenas supera las 4.600, por lo que no es difícil verlas volver a la playa a última hora de la tarde con 4 y hasta 5 pescadores a bordo. Desde aquí han salido muchas de estas embarcaciones rumbo a Canarias cargadas de emigrantes en busca de un futuro mejor que, independientemente de haber logrado llegar a tierra o no, nunca llegó.
Mención aparte merece la rica biodiversidad marina y de aves que albergan los dos Parques Nacionales que hay en esta zona. Por un lado, el Parque Nacional de Djoudj, situado a 70 kilómetros al norte en los límites meridionales del desierto del Sáhara. Se trata de la tercera reserva ornitológica del mundo, pudiendo albergar hasta 3 millones de aves de 350 especies distintas, dependiendo de la época del año. Por desgracia, ahora en plena temporada de lluvias está cerrado para visitas, pero nos hemos quitado la espina con el Parque Nacional de la Longue de Barbarie, 2000 hectáreas protegidas a unos 20 kilómetros al sur de la ciudad. Un paseo en piragua y varias familiar de pelícanos y cormoranes pusieron el broche de oro a una corta pero intensa visita a Sant Louis, un lugar extraño y familiar al mismo tiempo, plagado de restos de construcciones coloniales de un pasado boyante y oscuro por igual. Sin duda, una buena toma de contacto para un viaje que promete ser tanto o más apasionante que el primero.