Paradores logró vender cerca de 400 cajas de experiencias ‘pausa’ durante el fin de semana de Fitur 2013. La delegada de Turismo de la Diputación de Córdoba, Rocío Soriano, afirmó tener muy claro que lo que debe hacerse es «vender experiencias», porque «no tiene sentido vender el producto como se hacía antes». El vicepresidente ejecutivo de la Alianza para la excelencia turística, Exceltur, José Luis Zoreda, consideró que los destinos turísticos españoles deben “vender experiencias, emociones, sensaciones y vivencias”, para seguir siendo competitivos en el marco actual. Entre los objetivos planteados para 2013 por la Asamblea General de Saborea España, asociación cuyo objetivo es potenciar el papel de la gastronomía como atractivo turístico en España, se encuentra, entre otros, la creación y venta de experiencias turísticas gastronómicas. La Diputación de Castellón, por su parte, dejó patente también en Fitur su giro hacia un «turismo de sensaciones y experiencias global, en vez de la oferta individual de cada pueblo».
Todas las citas y referencias están extraídas de noticias generadas la semana pasada con motivo de Fitur 2013, aunque son sólo la punta del iceberg porque hay muchas más. Sirven para ilustrar, muy a las claras, cuál es la palabra de moda del momento en el turismo: experiencia. Algo que a mí, particularmente, me lleva a una continua reflexión. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), una experiencia es, entre otras cosas, una circunstancia o acontecimiento vivido por una persona. También el hecho de haber sentido, conocido o presenciado alguien algo. Cuestiones, ambas, que en mi punto de vista deberían ir intrínsecamente ligadas a la prestación de un servicio. Más cuando se trata del sector turístico, que conlleva imperiosamente el traslado a un lugar diferente del de origen, en donde la atención y el trato personal, unido a la necesidad de transmitir vivencias, maneras de vivir, una cultura, una idiosincrasia, legados históricos o, en definitiva, la identidad de ese lugar, son cosas lógicas. Si ahora hay que vender experiencias, ¿qué se ha vendido de aquí para atrás? ¿Viajes como churros? ¿Camas de hotel producidas en serie?
En el caso particular del turismo rural, lo de vender experiencias viene por la evolución del propio sector en las últimas décadas, con un crecimiento exponencial del número de alojamientos hasta multiplicarse por tres desde el año 2000. Una multiplicación sin orden ni criterio, en donde cada Comunidad autónoma ha hecho la guerra por su cuenta, siguiendo los mismos patrones de desarrollo turístico que en otras zonas de costa o en otros segmentos turísticos que en poco o nada tienen que ver con lo rural. Hoy, los mismos que hace unos años reclamaban mantener alejados a los animales de las casas rurales por el olor y para no molestar a los turistas, sugieren que hay que transmitir sensaciones y vender experiencias. Y eso ocurre porque, al final, un buen alojamiento con buenas prestaciones no te asegura absolutamente nada. Lo único que ha logrado esa fiebre de plazas y de alojamientos es haber dejado escapar oportunidades durante años para poner en valor patrimonio material e inmaterial, en un rol que el turismo rural en general no ha sabido ni ha querido protagonizar.
Esta nueva moda del momento, más allá de cuestiones semánticas o analíticas sobre el divagar del sector en las últimas décadas, no sólo del rural, me trae a la mente otra preocupación. Las experiencias, más que venderlas, hay que encontrarlas. Más que crearlas, hay que sentirlas. Una experiencia gratificante, de esas que sientes que te han aportado algo para tu crecimiento personal, normalmente llegan sin darte cuenta, no se buscan… y la cosa tiene su aquél, porque en la diferencia entre una cosa y la otra está el salvaguardar la identidad y el equilibrio de un destino o construir un nuevo circo con una mejor fachada. No es lo mismo vivir la experiencia de compartir un día con un pastor, que sólo trabaja cuando le llegan turistas para que vivan “su experiencia”, que compartirlo con un pastor que lucha día a día por salvaguardar una actividad ancestral y tradicional, por la custodia del territorio y que está dispuesto a transmitir toda su experiencia contigo, con el turista que se interesa por ese legado y saber hacer. En la diferencia radica, una vez más, apostar por la sostenibilidad integral de un destino, un concepto del que todo el mundo habla, pero que muy pocos ponen en realidad en práctica.