Investigador, consultor social, profesor y activista, Rodrigo Fernández Miranda es miembro de Ecologistas en Acción, Consume hasta morir, Folia Consultores y Alba Sud. Autor del libro «Viajar perdiendo el sur», esta es la segunda parte de la entrevista que le hemos hecho para Ecotumismo (también ver 1ª parte: «Es lamentable que en nombre de la sostenibilidad turística se adopten estrategias cosméticas de marketing»)
Pregunta: Este año se celebra la III edición de Investour, un foro que se celebra en el marco de Fitur para promover inversiones en proyectos turísticos en África en materia de infraestructuras, formación, consultoría y turismo sostenible. ¿Qué tipo de inversiones se tendrían que propiciar para poder hablar de turismo sostenible real?
Las inversiones turísticas que se vienen realizando en África, principalmente desde principios del Siglo XXI, colocando a algunos de estos países como mercados turísticos de peso creciente en la globalización (Marruecos, Senegal, Egipto, Túnez) están replicando y profundizando un modelo de turismo internacional que lo que genera son más desigualdades, más deterioro medioambiental, y la acumulación de riqueza en manos de un puñado de empresas transnacionales que producen beneficios a partir de la explotación de los recursos de países empobrecidos.
Como premisa, toda inversión destinada a mega proyectos turísticos está en las antípodas de la sostenibilidad, porque como señalaba la sostenibilidad está por definición reñida con cualquier forma de masificación. Este tipo de inversiones son las que se deberían propiciar para hablar de un turismo sostenible.
Por ello, la promoción de un turismo realmente sostenible tiene que ver con un turismo más local, más lento, de mayor cercanía, más frugal y, necesariamente, a pequeña escala. Cosa que para las grandes transnacionales del sector supondría un menor retorno sobre la inversión.
Pregunta: Precisamente África está siendo uno de los mayores focos de inversión turística extranjera en la actualidad. Sólo en el último año se ha incrementado un 42% el número de hoteles, con mucha presencia de marcas como Rezidor, Starwood, Hilton o Accor, en ocasiones en países como Guinea Ecuatorial en donde la democracia brilla por su ausencia. Se dice que la mayor parte de estas inversiones vuelven a los países de origen y para propiciarlas se dan amplios beneficios fiscales a las multinacionales, ¿cuál es la diferencia entre inversiones de este tipo y proyectos como EuroVegas o Barcelona World en España?
Esta es una de las lógicas perversas que hay en la globalización económica: el mito de la Inversión Extranjera Directa y el crecimiento del PIB como algo bueno en sí mismo. En este tema el turismo es una de las industrias emblemáticas: según muchos estudios, entre el 20 y el 80% del dinero que entra por el turismo internacional en países periféricos es repatriado hacia los países dónde las transnacionales tienen su sede o directamente a paraísos fiscales. Por cada dólar que entra por turismo en el Caribe, solamente 0,15 se quedan en el país.
Esta es una dinámica intrínseca al modelo de “desarrollo turístico” dominante en esta globalización.
Después de la explosión de la crisis en el Estado español empezaron a verse dinámicas similares a las que las poderosas transnacionales turísticas con sede en el país desarrollan en muchos países empobrecidos, principalmente de América Latina (NH, Sol Meliá, Barceló, Iberostar, Riu, etc). Los ejemplos de Eurovegas y Barcelona World son claros en este sentido: se aprovecha la coyuntura de crisis social y económica para poner en marcha megaproyectos inútiles que sólo benefician a una minoría privilegiada, en detrimento de los derechos sociales, culturales, económicos y ambientales de amplias mayorías.
Proyectos que suponen un cambio en las reglas del juego de los países, para adaptarlas a los intereses de las transnacionales que pretenden invertir. Esto conlleva una adecuación del marco legislativo, un alto retorno sobre la inversión, una fiscalidad entre laxa y nula, una relajación de leyes laborales y medioambientales, entre otros. En definitiva queda a la vista que este tipo de proyectos no aporta prácticamente nada a las arcas públicas ni al bienestar social, y supone una agresión al territorio, pero sí aportan ingentes beneficios para las empresas que los explotan, únicas beneficiarias de este tipo de iniciativas.
Y la inversión extranjera y la hipotética creación de puestos de trabajo son los dos argumentos que sirven para legitimar este sinsentido. Sinsentido por partida doble: el territorio español está saturado de turismo, y las evidencias sociales, económicas y medioambientales son cada vez más claras; asimismo, la apuesta por megaproyectos de estas características supondría no sólo regresar, sino también profundizar el modelo productivo sustentado en la especulación urbanística y financiera que condujo al país a la crisis más grave de las últimas décadas, con consecuencias todavía por conocer.
Es decir, lo que se propone como fórmula para salir de la crisis es profundizar el modelo que nos condujo hasta ella, lo que solemos parodiar diciendo que se propone que “para salir del pozo, sigamos cavando”. En el imaginario social, y gracias a un discurso repetido hasta el hartazgo, estas ideas van teniendo cierto grado de consenso social.
Pregunta: Hace poco, en el marco del Foro de Turismo Responsable, se ha presentado una interesante iniciativa: el Observatorio del Turismo Irresponsable. ¿Se hace necesario cambiar la óptica y empezar a diferenciar al que realmente lo está haciendo mal? ¿Qué criterio debe seguir el turista medio para detectar flagrantes casos de turismo irresponsable, que a priori se perciben como todo lo contrario?
Esta iniciativa del FTR me parece realmente interesante. Es verdad que la industria turística globalizada es una de las que ha gozado de una imagen pública más positiva, siendo conocida como “la industria sin chimeneas” y quedando de esta manera durante mucho tiempo exonerada de los graves impactos locales y globales que producía. Sin embargo, las consecuencias negativas son cada vez más evidentes y van siendo desenmascaradas a partir de la eficacia comunicativa de las organizaciones sociales y ecologistas, que muestran la cara oscura de esta actividad.
Por ello, tarde pero seguro, las transnacionales de la industria fueron dando durante los últimos años pasos en las políticas de responsabilidad social corporativa. Un fuerte avance sobre la cosmética de la industria se produjo introduciendo en la comunicación publicitaria nuevos nichos de mercado apoyados en valores sociales o ambientales. Turismo comunitario, turismo rural, turismo ecológico, turismo sostenible… aunque parece paradójico que las mismas transnacionales que hacen un turismo “irresponsable” sean las que abran segmentos de mercado de turismo “responsable”.
Todas estas iniciativas enmarcadas en la responsabilidad social corporativa añaden un grado de confusión a la sociedad sobre qué es y qué no es, por ejemplo, responsable, sostenible o justo.
Tener como criterio primario quién promueve y quién se beneficia de una iniciativa turística puede servir para discernir el tipo de turismo que se está consumiendo. Analizar el grado de coherencia de una iniciativa turística anunciada como “sostenible” con el resto de las operaciones de la empresa que la ofrece. Es como cuando Starbucks decide que el 0,05% de su café sea “justo”, ¿y qué pasa con el restante 99,5%?
En todo este intento de confusión que lo que pretende es seguir promoviendo un estilo de vida y de consumo insostenible, justamente en nombre de la “sostenibilidad”, la “responsabilidad” o la “justicia”, creo que la clave vuelve a ser la información y la conciencia crítica de las personas. Una conciencia que además de ser crítica repercuta en acciones concretas, que sea activa, que promueva no solamente un cambio en la mirada sobre el mundo y sobre nosotros mismos, sino también una transformación de nuestras acciones que legitiman un modelo de “desarrollo” que es, antes que cualquier otra cosa, un salto al vacío.
Asimismo, la contrainformación y la denuncia a empresas, políticas o prácticas turísticas dañinas son elementos clave en todo este proceso de construcción de una sociedad más crítica, y más respetuosa con las personas, las culturas y sus entornos naturales, entre otros.
Además, cada vez hay más iniciativas de turismo alternativo desde las organizaciones sociales en el Norte y el Sur, un movimiento cada vez más extendido y articulado que está construyendo desde hace décadas otros turismos posibles. Lo que también supone empezar a discutir y a construir de forma colectiva otro proyecto de sociedad, fuera de las lógicas del crecimiento, el individualismo, el hedonismo radical o la competencia.
En conclusión, algunas preguntas que pueden orientar un cambio de mirada en el momento de viajar pueden ser: ¿cómo se reparte el beneficio generado por la actividad? ¿Qué cambios supone este turismo sobre los territorios y las comunidades locales anfitrionas? ¿Qué participación tiene la población local sobre las decisiones acerca del proyecto turístico? En definitiva, ¿qué modelo turístico estoy legitimando a través de mi viaje?
Pregunta: Hablando de turismo irresponsable, a pesar de haber proyectos en marcha para propiciar una mayor sostenibilidad ambiental en el turismo de cruceros, ¿hablamos de uno de los segmentos turísticos más insostenibles por naturaleza?
Al igual que fue sucediendo con el turismo internacional de estancia, el turismo de cruceros ha evolucionado desde el elitismo a una creciente masificación. Actualmente, el turismo de cruceros es el subsector turístico que más ha aumentado durante las últimas décadas en la economía globalizada. La demanda mundial se ha multiplicado cuarenta veces en cuatro décadas, y durante los últimos seis años se ha duplicado, superando en 2011 los veinte millones de consumidores en el mundo. Aunque parece que su techo de crecimiento todavía está lejos de alcanzarse.
Esta modalidad turística es todo un paradigma del funcionamiento y las dinámicas de la globalización económica. Sus características definitorias son también características de esta globalización. Por ejemplo, la movilidad física, la posibilidad de recolocación del capital en tiempo y lugar a conveniencia de los intereses de las operadoras, el hecho de contar con una población trabajadora que puede proceder de cualquier parte del planeta, la posibilidad de seleccionar las condiciones fiscales y laborales nacionales que resulten más provechosas para las empresas o la ausencia de regulaciones globales estrictas para la actividad.
Por su parte, la concentración de la oferta de turismo de cruceros es enorme: tres empresas transnacionales controlan prácticamente el mercado mundial, tratándose de un oligopolio. En cuanto a las condiciones laborales, su principal cualidad es una precarización extrema del empleo facilitada por el uso de las “banderas de conveniencia” en este tipo de embarcaciones.
Finalmente, los impactos que genera esta actividad son totalmente desproporcionados a su peso como subsector. Estas consecuencias se podrían resumir en: contaminación del aire, el agua y la tierra y destrucción de biodiversidad marina en materia medioambiental. En el ámbito social, la violación sistemática de derechos sociales, laborales y sindicales, y prácticas discriminatorias por motivo de origen étnico o racial, nacionalidad o género a las personas trabajadoras a bordo de las embarcaciones. Por último, la impunidad fiscal y el oscurantismo financiero a través del uso de “banderas de conveniencia” y paraísos fiscales, además de las fuertes dinámicas de control y concentración de los beneficios de la actividad, con una competencia desigual para las pequeñas y medianas explotaciones turísticas en los destinos, y prácticamente sin derramas para las poblaciones anfitrionas.
Por eso el turismo de cruceros es uno de los segmentos turísticos más insostenibles. Con el agravante de que está suponiendo una de las principales apuestas de la industria, frente al estancamiento del turismo de estancia en alguno de los principales mercados geográficos del Norte económico. Por lo que, si no se logra detener esta peligrosa tendencia, lo más grave de esta modalidad de los cruceros está todavía por venir.
Más información en: www.albasud.org/blog/es/355/lo-que-hunden-mientras-flotan
Pregunta: Ahora que cada vez se oye y escucha el término turismo sostenible y conociendo tu opinión crítica al respecto, ¿podrías explicarnos qué es para ti el turismo responsable ideal y que consejos darías a un viajero realmente concienciado sobre dar un giro en su forma de viajar y hacer turismo?
Creo que, en términos generales, un turismo responsable se relaciona con una forma de viajar y ejercer el ocio que tenga en consideración a los entornos naturales, sociales y culturales en los destinos, de modo que no existan impactos negativos de la actividad. Dicho de otra manera, un turismo es responsable si está cultural, medioambiental y socioeconómicamente integrado en las comunidades y territorios anfitriones. Por lo tanto, en primer lugar entiendo que se trata de una actividad que, como punto de partida, debe apelar a una conciencia crítica de las personas viajeras.
Por otra parte, para hablar de responsabilidad en el turismo se deben tener necesariamente en cuenta los límites biogeofísicos de inputs y de outputs con los que se enfrentan los modelos de producción, transporte, distribución y consumo. Por el contrario, el modelo de desarrollo turístico en el capitalismo global está condenado al crecimiento infinito para garantizar su propia supervivencia; y esto lo hace esencialmente irresponsable.
Desde mi perspectiva, un turismo responsable debería alejarse de todo principio dentro de las lógicas productivista y economicista, y apoyarse en valores, como la equidad, la solidaridad, la justicia o el respeto por el medioambiente. En cuanto a las formas de producción, un turismo responsable debería como base promover el desarrollo humano y social local de las comunidades receptoras, contribuir a la protección y conservación de las condiciones naturales del territorio, ser social y económicamente sostenible, producirse a pequeña escala y con condiciones laborales dignas. Aunque también, como decía, debería relacionarse con las formas de consumo, diferenciándose claramente de las lógicas y dinámicas del consumismo, instando al respeto a las culturas y entornos locales y promoviendo unos intercambios interpersonales con roles horizontales.
Por lo que, un turismo responsable se relaciona con un cambio de mirada y con una transformación sociocultural que incida directamente en el estilo de vida dominante, principalmente en las sociedades del Norte económico. Se trata de una evolución en las formas de viajar, conocer, disfrutar, consumir, que ponga a la vida en el centro, a la economía al servicio de las personas, y a la sostenibilidad como epicentro de un nuevo modelo económico, productivo y de desarrollo. Y esto en el contexto de crisis medioambiental global se relaciona directamente con la reducción: porque no es posible sostener por mucho tiempo mil millones de desplazamientos internacionales al año, porque esta situación más temprano que tarde conducirá a un colapso, porque no hay planeta que resista una agresión de este nivel.
Creo que el desafío es asumir de forma colectiva y consensuada esta transformación, antes de que sea la propia naturaleza la que imponga sus límites.