La «metaciudad»
En Elogio de la bicicleta*, Marc Augé recuerda que su niñez coincidió con la era dorada del ciclismo y las Grandes Vueltas europeas (Tour, Giro y Vuelta) en las décadas inmediatas al fin de la Segunda Guerra Mundial. Señala que la bici no sólo era entonces una artículo de valor y un medio de transporte popular, sino un signo del ritmo de vida y de cohesión social. Hoy, sin embargo, añade, se ha distendido, cuando no roto, el vínculo entre vida cotidiana y mito. «La distancia entre el lugar donde uno vive y el lugar donde trabaja, con el uso sistemático del automóvil, han confinado la bicicleta al terreno del deporte o el ocio».
Pero es que en el ámbito deportivo, además, el reemplazo de los equipos nacionales o regionales («en los 50 el ciclismo francés alineaba a varios equipos regionales en el Tour») por equipos de marcas, determina ahora el triunfo de la sociedad de consumo. «El Tour de Francia ha pasado de la dimensión nacional a la mundialización comercial».
La «urbanización galopante» por un lado y el mercado por otro (sin entrar en el tema del doping), han socavado el mito de la bicicleta, tanto en su dimensión social como deportiva. Augé apunta que la expansión de los «filamentos urbanos» (Hervé Le Bras) a lo largo de carreteras, ríos y costas, fruto de la urbanización del mundo, han hecho que las metrópolis interconectadas formen una especie de «metaciudad virtual» (Paul Virilio), responsable de que el urbanismo esté gobernado por la necesidad de facilitar el acceso a los aeropuertos, las estaciones terminales y los grandes ejes viales. La facilidad de acceso y de salida es así un imperativo urbanístico, que hace que la ciudad se descentre «como se descentran las viviendas con la televisión y el ordenador y como se descentrarán los individuos cuando los móviles sean además ordenadores y televisores».
«Lo urbano se extiende por todas partes, pero hemos perdido la ciudad y al mismo tiempo nos perdemos de vista a nosotros mismos». Paralelamente a este panorama, los últimos años han manifestado sin embargo un síntoma nuevo, un paso que a priori podría considerarse utópico, a contracorriente: la puesta en marcha en modernas ciudades de proyectos como el Velib en Paris y el Bicing en Barcelona, al estilo de Ámsterdam o Copenhague; la tendencia a peatonalizar los centros urbanos y a restringir su uso al transporte público y de mercancías. Reacciones como éstas demuestran la importancia que ha llegado a tener el estrés urbano o el colapso medioambiental en la redefinición del concepto de «progreso» en los últimos años, opuesto por completo a su voracidad anterior.
La revolución de las bicicletas
En Elogio de la bicicleta, Augé sostiene que es posible que a la bici le corresponda el papel determinante de ayudar a los seres humanos a recobrar la conciencia de sí mismos y de los lugares que habitan. Frente al auge de un urbanismo desmedido que amenaza con reducir la ciudad antigua a un decorado turístico, Augé propone la sostenibilidad para restituirle a ésta su dimensión simbólica y su vocación inicial de favorecer los encuentros.
Para ello traza el utópico itinerario de una regeneración, de una revolución silenciosa a dos ruedas, que ve en la bici su símbolo y que tiene por meta las ciudades verdes del futuro. «En el mismo momento en que la urbanización del mundo condena a que el sueño rural se refugie en el cliché de la naturaleza acondicionada (los parques naturales) o en los simulacros de la naturaleza imaginada (los parques de diversiones), el milagro del ciclismo devuelve a la ciudad su carácter de tierra de aventura o, al menos, de travesía».
Destaca el éxito y los beneficios medioambientales, sociales y económicos de la operación Velib (conjunción de bici y libertad), emprendida en Paris en 2007. Los ciudadanos y turistas pueden reencontrarse gracias a este sistema con un Paris que se creía en vías de extinción; pueden salir de las rutas fijas, adentrarse por calles y jardines por los que jamás habrían podido circular en coche, y visitar la ciudad en su conjunto desde una experiencia directa, antropológica: «la bicicleta es un objeto pequeño, incorporado, y no un espacio habitado como el automóvil». Desde ella parece mucho más cercana la dinamización popular de las calles y las plazas: la recuperación de los bailes desaparecidos, del acordeón y de las gaitas; la recuperación del espacio público, del ágora:
A pesar de que sus dimensiones mítica y heroica han sufrido algunos reveses derivados de su vinculación a las desviaciones del deporte profesional y el doping, la bicicleta –impulsada por las nuevas políticas de la ciudad– regresa con fuerza a los escenarios urbanos y su imagen es objeto de un renovado entusiasmo popular.
Podemos ponernos a soñar y proyectar a grandes rasgos una ciudad utópica del mañana en donde la bicicleta y el transporte público sean los únicos medios de desplazamiento. Incluso soñar con un mundo en el que las exigencias de los ciclistas dobleguen el poderío político… siempre y cuando, en el mundo, reinen la paz, la igualdad y el aire puro, tras la ruina de los magnates del petróleo.
Sin embargo, en su humildad, la bicicleta nos enseña, ante todo, a estar en armonía con el tiempo y el espacio. Nos hace redescubrir el principio de realidad en un mundo invadido por la ficción y las imágenes. El ciclismo es, por tanto, un humanismo que abre con renacidos bríos las puertas de la utopía y de un futuro más esperanzador: el símbolo de un futuro ecológico para la ciudad del mañana y de un proyecto urbano que tal vez podría reconciliar a la sociedad consigo misma**.
*MARC AUGÉ, Elogio de la bicicleta, Gedisa Ed., Barcelona, 2009.
** Extracto de la reseña que la Editorial Gedisa da del libro Elogio de la bicicleta.