Estar un mes en una región interior como Kedougou es algo que, para dos isleños como nosotros que pocas veces hemos vivido alejados del mar, puede ser duro por momentos. Y más si añadimos los 35º ó 40º de media que hace por estas latitudes tropicales al mediodía. Por eso, nuestro periplo por la Casamance, al sur de Senegal, lo planteamos con un objetivo claro: nuestra meta tiene que ser alcanzar el océano Atlántico. Lo que nunca pensamos es que este viaje iba a tener un final tan perfecto… y es que por mucho que te lo puedas llegar a imaginar, cuando llegas y ves las playas tan espectaculares, desiertas y casi vírgenes que hay en esta región de África, verdaderamente te crees que has llegado al paraíso. Además, si ya creíamos que los senegaleses eran hospitalarios, ahora hay que hacer mención aparte al carácter y la forma de ser de los habitantes de la Casamance. Es increíble ver como absolutamente todo el mundo te saluda, te da la mano, te pregunta que como estás, que si necesitas algo… El resultado no podía ser otro: si pudiésemos, ¡de aquí no nos íbamos! En definitiva, un lugar increíble al que bien merece la pena regresar en cuanto uno pueda…
Nuestro tour por la Casamance comenzó con una de las tantas batallas en sept place que hemos tenido este mes y medio, con las que podríamos escribir un libro. Aquí, en Senegal, siempre que vayas a hacer un desplazamiento en transporte público por carretera tienes que hacer una introspección personal hacia tu yo interior, para armarte de toda la paciencia posible e imaginable. Como ya he contado, aquí los transportes no salen hasta que se llenan… y si tenemos en cuenta que para recorrer los casi 800 kilómetros que unen Kedougou con Ziguinchor, la capital de la Baja Casamance, hay que hacer tres trasbordos de sept place… pues la cosa se puede alargar bastante. De Kedougou a Tambacounda fue todo sobre ruedas… En Tambacounda tuvimos que esperar casi cuatro horas en la Gare Routière y ya llegamos retrasados a Kolda. Allí nos iluminó la suerte y había un sept place esperando con dos plazas por ocupar para nosotros… pero la sorpresa llegó a las ocho de la tarde. Ya de noche, el ejército cortó las carreteras por precaución ante posibles ataques de los grupos de rebeldes que quedan ocultos en la selva. La cuestión es que tuvimos que hacer noche en un pueblo perdido en medio de la nada, durmiendo dentro del sept place y en el exterior de una tienda. Menos mal que nos hicimos amigos de algunos de los demás ocupantes del coche y, aunque hubo momentos duros, la experiencia tuvo un punto de divertida.
Veinticuatro horas después de nuestra partida, llegamos a Ziguinchor… y a partir de aquí, nuestra estancia en la Casamance diría que ha sido idílica. Casi sin descansar, nos fuimos de ruta con Bio, un piroguía y personaje de lo más variopinto, que nos llevó en su piragua hasta la isla de los pájaros, a Djilapao y a Affiniam. Resulta bastante espectacular andar en piragua por aquí, sumergiéndote entre manglares y viendo todo tipo de pájaros sobrevolando a tu alrededor. En Djilapao y Affiniam tuvimos nuestro primer contacto con la cultura Diola, bastante diferente a lo que habíamos conocido hasta ahora en Senegal. Las construcciones típicas están hechas para aprovechar al máximo el agua de la lluvia. Sus costumbres animistas se han mezclado con los valores de la misión cristiana… y desde luego que hemos notado el papel más relevante que juega la mujer, debido sobre todo a que en algunas zonas de la Casamance ha habido matriarcados con importantes reinas que marcaron su historia. El pescado, la fruta y las verduras forman parte de la variada dieta de sus habitantes y eso es algo que también hemos agradecido mucho.