¿Qué ocurriría si pasado mañana, de buenas a primeras, nos dicen que no queda petróleo en el planeta? ¿Podríamos seguir con nuestra vida cotidiana normal? Desde luego que no. Aunque parece que muchos no son conscientes de ello, el petróleo barato ha condicionado nuestras vidas en los últimos 50 años hasta tal punto que, si tuviésemos que prescindir del oro negro a corto plazo, nuestra capacidad de respuesta se vería totalmente superada por los acontecimientos. Precisamente, esta capacidad que tiene un sistema de absorber los choques y reorganizarse mientras se produce el cambio, de manera que el sistema mantenga esencialmente su misma función, estructura e identidad, se denomina resiliencia, una propiedad que debería ser básica e inherente a cualquier sistema social, natural o planetario. Este es uno de los ejes en torno a los que gira el movimiento internacional de las TRANSITION TOWNS, una serie de iniciativas locales que, ante el previsible fin del petróleo y la amenaza del cambio climático, están agrupando y organizando a personas en municipios y localidades para hacer frente a estos cambios y ser autosuficientes.
Contamos con un modelo de desarrollo globalizado absolutamente insostenible, basado en unos parámetros que premian el crecimiento continuo e ilimitado por encima de cualquier otra cosa. Valores tan absurdos, subjetivos y caducos como el Producto Interior Bruto (PIB) clasifican a los países en función de lo que crecen los diferentes sectores de la economía, ya sea el farmacéutico o el agroindustrial, aunque sea a costa de fabricar supuestas vacunas salvadoras contra la Gripe A (la gran pandemia del siglo XXI… ¿alguien se acuerda de ella?) o de talar hectáreas enteras del amazonas para producir toneladas de soja… que luego sirve en su mayoría para fabricar pienso para animales. La cuestión es producir, crecer, producir y crecer, aunque hayamos superado la capacidad de carga de un planeta que, pese a quién le pese, cuenta con recursos finitos.
Las consecuencias más directas de esta contraproducente relación entre la sociedad industrializada y el medio natural es una crisis sistémica de la que todo el mundo habla pero que muy pocos parecen dispuestos a hacer frente. Más que simples advertencias, hay indicadores que poco a poco nos van lanzando mensajes de aviso-acción en forma de cambio climático, de la acelerada desaparición de diversidad cultural y natural por todos los rincones del planeta, con crisis económicas y sociales aparejadas que están provocando una gran agitación y que, a grandes rasgos, lo que están haciendo es mermar y disminuir de forma alarmante nuestra resiliencia. Es como si todos nosotros estuviésemos metidos en un gigantesco embudo, símbolo de un modelo de sociedad globalizada consumista, y por el único agujero, que podría ser metafóricamente el tapón de un tanque de gasolina, sólo entra petróleo y petróleo. ¿Qué pasaría si ese tapón se cierra bruscamente?
Durante toda la historia, las sociedades resilientes han sido aquellas que han cohabitado en equilibrio con el medio natural del que se sustentaban. Una diversidad de conocimientos tradicionales que han sido la fuente de dicha resiliencia y que, cada vez más, se están perdiendo por la homogeneización global que provoca el sistema en el que estamos inmersos. Precisamente, las TRANSITION TOWNS parten de la aplicación del concepto de transición y la permacultura a asentamientos y ciudades, contando como pilares conceptuales el pico de producción del petróleo y el cambio climático. Y para hacer frente a estos dos fenómenos, interrelacionados entre sí (y este es uno de sus preceptos clave: el uno no se entiende sin el otro…), hace falta volver a fortalecer la resiliencia y la capacidad de absorber los cambios de las sociedades.
La disminución en la disponibilidad de combustibles líquidos y su pronta desaparición parece que, inevitablemente, hará que la escala local cobre protagonismo. La cuestión es que, aunque a alguno le pueda parecer una utopía, desde que allá por el 2005 Rob Hopkins, creador del movimiento Transition Towns, comenzó a ponerlo en práctica mientras impartía un curso de permacultura en Kinsale, una pequeña población al sur de Cork (Irlanda), el fenómeno de transición comenzó a extenderse de forma viral. Hoy en día se han creado casi 200 iniciativas en transición por todo el mundo, entre las que destaca la de Totnes, pueblo originario de Rob Hopkins al sur de Inglaterra, como el auténtico modelo a seguir.
Aquí en España contamos con varias iniciativas en marcha, entre las que me gustaría destacar una de las últimas en comenzar a tomar forma. Si hay una zona que puede verse afectada sobremanera por la falta de petróleo es una isla ya que, ya de por sí, geográficamente está aislada por el mar y de eso sé de lo que hablo porque soy natural de Tenerife. Desafortunadamente, el ejemplo de “isla en transición” no es la mía, sino Mallorca. Con 800.000 habitantes y más de 10.000.000 de visitantes al año, el 88% de la energía que se consume, el 80% de la actividad económica que se genera y 99% de la alimentación que llega a mercados y áreas comerciales es importada. ¿Alguien cree de veras que este es un modelo sostenible? Si siguen habiendo dudas, os recomiendo este reportaje emitido en El Escarabajo Verde de La 2, en el mes de febrero, a ver si los escépticos se convencen del valor de lo local. Que conste que no se trata de una elección, sino de una obligación: sin petróleo, sólo las economías locales tendrán sentido.
Pueblos en transición from wuno on Vimeo.
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